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La opinión del experto
Tribuna
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¿Es usted un profesional ético?

Alberto Andreu explica cómo descubrir la ética en los negocios y no terminar aplicando un tratado de teología y buscando a un superhéroe

Cuántos artículos han caído en sus manos en los últimos meses sacando a relucir el tema de la ética en los negocios? ¿Cuántos cursos le han llegado ofreciéndose a formarle en los principios éticos para directivos? ¿Cuántas ofertas financieras ha recibido proponiéndole invertir sus ahorros en fondos éticos? ¿De cuántos códigos éticos ha tenido conocimiento en los últimos meses, dentro o fuera de su propia compañía? En definitiva..., ¿cuántas veces ha dicho y oído en los últimos tiempos la palabra ética?

Pues de eso va la tribuna de hoy. De cómo descubrir la ética en los negocios y no terminar aplicando un tratado de teología; o de cómo identificar un profesional ético y no terminar buscando a un superhéroe; o de cómo descubrir un comportamiento ético y no acabar haciendo tratados absurdos sobre lo moral y lo inmoral.

Aun cuando no sea un ejercicio fácil, me voy a aventurar a dar algunas respuestas sencillitas, de esas con las que la gran mayoría podemos sentirnos bien conformes sin necesidad de caer en ningún tipo de integrismo moral.

Y es que, aunque pueda sonarles un poco irreverente, en este tema -especialmente en este tema- se está corriendo el riesgo de pasar, en apenas unas milésimas de segundo, del éxtasis al tormento, del blanco al negro, o del cero al infinito, sin pasar por el término medio.

Empecemos, pues, por el principio. ¿Recuerdan ustedes a Kant? ¡Sí, Kant, el filósofo, el autor de La crítica de la razón práctica y La crítica de la razón pura!

Pues ese filósofo resulta que se ha convertido, doscientos años después, en el gurú de moda en ética. ¿Por qué? Por tres sencillas razones. Primera, por una recomendación, por su imperativo categórico: 'Obra de tal manera que tu conducta pueda servir siempre como principio de una legislación universal' (o, en otras palabras, compórtate de tal forma que tu conducta pueda servir de ejemplo para todos).

Segunda, por una afirmación: la buena voluntad es el único bien sin restricción alguna. Y tercera, por su idea del deber: 'Debes cumplir tus promesas'.

Con estas tres premisas del filósofo, respondamos a algunas cuestiones. Por ejemplo: ¿cuándo es ético un negocio? Para no caer en moralina, admitamos que el objetivo lógico y común de todo negocio es el lucro. Es decir, nadie da duros a peseta; las empresas son empresas, no ONG, y esto va de ganar dinero. Integrar la ética en un negocio -y aquí llega la teórica- significa desarrollar su actividad dentro de los límites de la sociedad en la que se desenvuelve.

Fijar esos límites no es cosa fácil. Ya lo decía Enrique Santos Disiépolo, en su Cambalache: 'Que hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor'. Nos guste o no, el crimen y los negocios fraudulentos quedan impunes en muchas ocasiones.

Sin embargo, y aunque 'los inmorales nos han igualao', sigue habiendo una diferencia. Y no está en la teórica, sino en la práctica: deje usted a un lado toda filosofía de la ética empresarial, no busque tanto en los libros ni en las consultoras cómo ha de impregnar la ética en su business. Que esto no va de moralina, ni de ser buenos; que es mucho más sencillo: póngase, como dicen los británicos, en los zapatos de su cliente, de su empleado, de su proveedor.

Tráteles como a usted le gustaría que le tratasen. Deje que el último duro, el que roza en la usura, lo arañe otro. Piense de vez en cuando en aquellos en los que los demás suelen pensar en último lugar. Y hágalo pensando que, a la larga, su cuenta de resultados lo notará. Y su salud mental, también.

Entendidos así los negocios éticos, la segunda cuestión es ésta: ¿cómo descubrir a un profesional ético? Hace unos días leía en la prensa que los headhunters andaban a la caza del profesional ético. Y de repente pensé: ¿cómo lo harán?, ¿y quién considerará la ética del cazatalentos?

En fin, que el tema se complicaba cada vez más de pura carga subjetiva que había en ello. Así pues, ahí va otra de mis recetas: la mejor manera de saber si alguien es o no un profesional ético es pidiendo de una manera clara referencias.

Pero, ojo; no las referencias de sus jefes. Pida usted las referencias de su equipo directo, de sus compañeros, de sus clientes, de sus proveedores, y, si me apura, de sus competidores. Y, sobre todo, intente descubrir una cosa: si cumplió las promesas adquiridas o les engañó en más de una ocasión. Desconfíe de aquel profesional que sólo mantuvo la palabra a sus jefes. Si muchos reconocen que tal o cual persona cumplió sus promesas, como Kant, ahí tiene una buena pista sobre su nivel de ética.

Y tercera pregunta: ¿cuándo es ético un comportamiento profesional? Pues citaré de nuevo a Kant hace doscientos años: un comportamiento profesional es ético cuando persigue cumplir con el deber. Y, además, lo adornaremos con algo de cosecha propia: cuando usted pone por delante los intereses de la institución a los suyos propios, entonces quédese tranquilo porque sabrá que por ahí están bien hechas las cosas.

Y si no, piense en alto: ¿cuántas veces le ha echado arrestos a la vida y ha decidido tirar por la calle de en medio, aun a sabiendas de que aquello le podría costar más de un disgusto? Pues ya sabe. De eso van los comportamientos éticos: de hacer lo que hay que hacer, con lealtad absoluta a la casa que te paga.

Al final, la cosa ni es tan nueva ni tan complicada como parecía al principio. Vamos, que no hay que ser un superhéroe para apuntarse a esto de la ética. Algunos lo querrán mistificar y elevar a planos superiores. Pero no se engañe. Léase un poquito a Kant y recuerde eso de actuar para que los demás sigan su ejemplo. Y si no se lo cree…, ¿aún no es consciente de a quién imitan sus hijos?

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