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Dando la mano invisible y colaboradora

El final parece, en última instancia, estar próximo en la prolongada batalla mantenida entre la compañía Microsoft y los responsables antimonopolio estadounidenses. Habiendo sido encontrado culpable, en abril de 2000, de abusar de su situación, el gigante del software fue obligado a romperse en dos. Este castigo, pero no el veredicto de culpabilidad, se ha dado la vuelta hasta convertirse en un toque de atención, después de que Microsoft aceptara una sanción menor: una serie de restricciones en su conducta acordadas con el Departamento de Justicia y 9 de los 18 Estados que fueron codemandantes en el caso.

Un juzgado ha resuelto que el acuerdo era adecuado, con uno o dos pellizcos (...). Los oponentes al caso siempre han argumentado que no había evidencia de que el monopolio de Microsoft hubiera causado ningún daño.

Pero el daño en la innecesariamente invisible innovación no se produjo. A la inversa, mucha de la innovación que se fue a otras partes de la industria tecnológica adeuda mucho a la ausencia de Microsoft. Y esa ausencia puede ser atribuida, al menos en parte, al juicio que levantó la tapa de las esencias sobre el comportamiento de Microsoft. La compañía no ha aparecido ilesa, a corto plazo, y todavía afronta un buen número de cambios más lejanos en el tiempo.

La Comisión Europea puede tener mejor suerte a la hora de concebir el castigo para concretar los delitos de Microsoft. En la medida en que es difícil medir el daño provocado por el monopolio de Microsoft, también lo es cuantificar los beneficios que ha supuesto acudir a los tribunales. Pero beneficios, ciertamente, los ha habido.

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