Funciones de psicoanalista
Recientemente me han pedido varias colaboraciones escritas sobre el directivo del futuro, las cuales, añadidas a todas las anteriores invitaciones desde aquel 1995 en que Esade y Accenture (Andersen Consulting) publicaron el estudio delphi El directivo del futuro, suman ya un número considerable. La razón del interés continuado supongo que es resultado de la combinación de los dos términos del título, futuro y directivo.
En la actualidad, el futuro empresarial se nos presenta sombrío, con contornos indefinidos y teñido de incertidumbre. Nuestra falta de seguridad en el control de los acontecimientos cotidianos nos lleva a proyectar un futuro amenazador; y frente al miedo, la inseguridad y el desconocimiento, postulamos una especie de superhombre -el directivo del futuro-, capaz de devolver la confianza a los actores económicos y con las capacidades extraordinarias necesarias para liderar la nueva realidad socioeconómica. A veces uno tiene la impresión de que al directivo del futuro le pedimos que cumpla las funciones del psicoanalista, en cuya consulta el mundo económico y empresarial pueda volcar sus temores, ignorancias, perplejidades e incluso, y por qué no, sus vergüenzas. Este es, a mi juicio, el primer gran error en el análisis del directivo del futuro: considerarle una especie de deus ex máchina que en el momento álgido del drama aparecerá con las armas adecuadas para solucionar la situación enturbiada por deshonestidades empresariales. François Perroux, un clásico de la economía francesa, ya alertaba sobre la concepción de la realidad económica como resultado de fuerzas anónimas y ciegas y, evidentemente, sin protagonistas. El mundo económico, decía, como cualquier otro ámbito de la vida social, es el resultado de las acciones sociales de sus protagonistas; en otras palabras, lo que ocurre en la escena económica tiene sus autores y sus responsables. El directivo del futuro no existe; existe el directivo de hoy que con su buen o mal hacer prepara un futuro confortable y justo, o un escenario injusto y lleno de fechorías. En definitiva, el futuro tampoco existe, porque el futuro real nunca viene, somos nosotros los que vamos hacia el futuro haciéndolo así realidad.
En las conclusiones del estudio Delphi antes citado, al hablar de la formación de los futuros directivos se indicaba que la preocupación empresarial era la de formar personas para las empresas, como si estas últimas, las empresas, fuesen las primeras y las más importantes; pero lo que existe en primer lugar, se apuntaba, son las personas, y el nuevo diseño de las organizaciones ha de ser fruto de rediseñar a los futuros actores sociales. Esto exige -además de transmitir conocimientos- replantear los objetivos y las escalas de valores de los mismos actores. Esta conclusión me lleva a unas reflexiones sobre la formación de los futuros directivos. Si de verdad queremos formar para el futuro, no basta con transmitir únicamente conocimientos de hoy, sino que debemos conformar una nueva cultura en el sentido que la tradición sociológica atribuía a este concepto: las maneras de pensar, sentir y actuar que conforman una sociedad determinada. Hegel resumía los esquemas socioculturales del pensar, sentir y actuar en un único concepto: geist, espíritu. Es preciso que el directivo transmita a los miembros de su organización el espíritu de la misma, pero para transmitirlo -aunque parezca una perogrullada- es preciso que este espíritu exista.