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La opinión del experto
Tribuna
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Y usted..., ¿por qué trabaja?

Alberto Andreu analiza todas las razones y motivaciones que ayudan o mueven a los profesionales a acudir cada mañana a su puesto de trabajo

No son buenos tiempos para la lírica. La semana pasada comí con un amigo, Eduardo (así se llama mi amigo), y me lo confirmaba. '¿Sabes qué te digo?', se confesó. 'No están los tiempos para alegrías. Cada día me cuesta más ponerme traje, atarme la corbata, y marcharme al trabajo. Aunque no me creas, estoy pensando en tirar la toalla y mandarlo todo al carajo. Te prometo', concluyó, 'que estoy tan harto de unos y de otros que, o encuentro un buen motivo para seguir, o me veo montando un bar, un restaurante, una tienda de ropa, una panadería, o lo que sea. No me compensa pasar lo que estoy pasando'.

Le vi tan apesadumbrado que no supe qué responderle. Pensé un rato y, de repente, le dije: 'Supongo que hay muchos motivos para apretar los dientes y seguir, pero te voy a dar uno que es insuperable. Apúntalo y no lo olvides', le dije, 'no puedes consentir que ganen los malos. Ahí tienes tu motivo: que no te ganen los malos', repetí.

Y de eso va mi tribuna de hoy: de los motivos que le llevan a uno a eso: a apretar los dientes y seguir para adelante. O dicho de otra forma: de las razones y motivaciones que nos ayudan, o nos mueven, a trabajar. Pero ¡no se asuste! No piense que voy a darle una teórica sobre la motivación, la pirámide de Maslow, o los factores higiénicos de Herzberg. No; eso se lo dejo a otros colegas más academicistas que yo. A mí me atrae más la intrahistoria de las personas y las organizaciones. Pues bien, empecemos a buscar razones para trabajar.

Para los simples mortales, sus motivaciones suelen ser sencillas. Casi todas tienen que ver con una idea: ganarse la vida dignamente

¿Recuerdan ustedes aquella serie de televisión que se llamaba Arriba y abajo y que iba de lo diferente que era la vida para los señores y para sus criados? Pues, recordando esa serie, me vino la inspiración. ¿Qué mueve a los señores, a los de arriba, a los de muy, muy arriba, a soportar una enorme presión, a perder su vida privada, a someterse un día sí y otro también al juicio de la opinión pública, de los inversores, de los medios de comunicación, y de todo el mundo en general?

Pues, la verdad, me cuesta responder porque no me he visto en esas. Pero, puestos a intuir, creo que Tom Wolfe, en su novela Todo un hombre, tiene la mejor respuesta: los saltitos. Sí. He dicho los saltitos, no me he vuelto loco.

¿Qué son los saltitos? Pues una 'extraña enfermedad' que sufren casi todos los mortales que les lleva a moverse, a levantarse de la silla, a girar las cabezas, a incorporar el torso…, a, en definitiva, dar saltitos en ese preciso momento en que un jefe (pero no un jefe cualquiera, sino un superjefe) entra en cualquier sala, salón, salita o auditorio.

Tan atractivos deben ser los saltitos que uno de los personajes de Tom Wolfe se hizo adicto a ellos y no podía dejar su puesto sólo por ver a los demás moverse en su presencia. Si me permite usted traducir al lenguaje técnico esta pequeña broma, creo que lo que hay detrás de todos estos saltitos es una extraña mezcla de poder, ego, autoestima, fama, reconocimiento y competitividad que es difícil de entender por el común de los mortales. Y si vamos más lejos, creo que en los saltitos pesa más la emoción y las pasiones que la razón.

¿Y qué mueve a los de abajo? Aquí no hay que ser muy astuto para darse cuenta de que el problema es otro. Para los simples mortales, sus motivaciones suelen ser mucho más sencillas.

Casi todas tienen que ver con una idea: ganarse la vida dignamente. Hace tiempo, uno de los consejeros delegados que he tenido en mi vida profesional (con el que, por otra parte, no llegué nunca a entenderme bien, para mi desgracia) me lo dijo con mucha claridad: 'A la gente lo que realmente le preocupa es ganarse la vida de la forma más digna posible: cuidar a sus hijos, comprarse la casa, pagar la hipoteca, disfrutar de las vacaciones, y ese tipo de cosas', me dijo.

'No te metas en más honduras, que no merece la pena', concluyó. De aquella afirmación siempre compartí la primera parte, la de ganarse la vida dignamente. Pero siempre tuve mis dudas con la segunda, con la idea de que no merece la pena meterse en más honduras: y es que la gente, nosotros, usted y yo, su colega y su vecino…, normalmente también queremos algo más. Así que, casi sin quererlo, me ha venido a la cabeza otra película: Los otros, de Alejandro Amenábar. Y… ¿qué es lo que quieren Los otros, es decir, esos que ni están arriba ni abajo, que no están ni muertos ni vivos, que están en el medio de todo, que viven en el peor de los dos mundos, que nadie salta cuando pasan, pero que ellos mismos quieren dar el salto? Pues ayúdeme a saber qué mueve a los otros a apretar los dientes y tirar para adelante.

Pensemos juntos, y ya verá cómo encontramos soluciones. Los otros, como usted y como yo, quieren ganarse la vida dignamente. Pero también quieren divertirse en el trabajo, sentirse vivos, saber que las cosas que hace tiempo pensaron empiezan a crecer y van dando sus resultados. Los otros quieren que les apoyen cuando se equivocan y les feliciten cuando las cosas van bien. Los otros quieren saberse respetados como profesionales, por su capacidad de sacar adelante los temas como mejor sepan y puedan, y no porque tengan tal o cual padrino.

Los otros quieren tener la sensación de que el trabajo bien hecho tiene una recompensa. Los otros lo que no quieren, lo que no queremos, es que nos ganen los malos. Queremos pensar que, por justicia, el trabajo bien hecho tiene premio. Tampoco es tanto pedir.

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