Bush pide al Fondo una rápida solución para las suspensiones de pagos nacionales
El presidente estadounidense George Bush, cuyo país es el principal accionista del Fondo Monetario Internacional, desea que la reunión anual de esta semana sirva para ponerle fecha a un plan del organismo para hacer frente a las crisis de la deuda de los países emergentes.
A lo largo de 2001, y desde los meses previos a la suspensión de pagos de Argentina, el Gobierno de Bush metió presión al FMI para que encontrara una salida preventiva de las crisis que se divisaban en el horizonte. Apenas designada como subdirectora del Fondo, Anne Krueger, quien es políticamente obediente a Washington, presentó una propuesta a futuro, de la que sólo excluía explícitamente a Argentina.
A su juicio, las crisis emergentes debían tratarse como una quiebra de empresas en Estados Unidos: el país deudor y la mayoría de sus acreedores deben ponerse de acuerdo para negociar una reestructuración de la deuda. Los acreedores minoritarios deberían acatar ese pacto. Ahora Krueger ha ido más allá y ha planteado carácter retroactivo a su propuesta, lo que significa que involucra a los centenares de miles de millones de dólares de deuda emergente en circulación.
Cuando se conoció la idea a mediados del año pasado, gran parte de los inversores
pusieron el grito en el cielo. Y continúan en esa tesitura. Hace pocos días, Charles Dallara, presidente del influyente Instituto de Finanzas Internacionales, que agrupa a 325 bancos y fondos de inversión, volvió a quejarse. 'Seguimos creyendo que ésta no es manera productiva de ir hacia adelante y en un momento de riesgo extremo y aversión a los mercados emergentes, cuando los flujos de capital están cayendo, planes como éste suman más incertidumbre y ansiedad a los inversores', aseguró.
Mientras la crisis de Brasil inquieta y hace temer una repetición ampliada de la de Argentina, el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, cuya sintonía con Wall Street es algo más que escasa, camina por la misma senda que Krueger, pero sin precisar los contornos de sus ideas.
Tras la parcial y obligada ayuda de 30.000 millones de dólares (una cifra similar en euros) concedida a Brasil hace pocas semanas por el FMI, con el visto bueno de Washington, para evitar el estallido inmediato de una suspensión de pagos, la posición del Gobierno de Bush sigue oscilando. Contraria a rescates masivos como los de la década anterior, la Administración y el propio O'Neill se inclinan por una solución mixta, ayudas a los países cuya insolvencia sea evidente y emisión de nuevos bonos con cláusulas de un sistema de reestructuración de deudas similar a la adelantada por Krueger.
Mientras tanto, los países europeos, con riesgos importantes en los emergentes, se quejan de la falta de decisión del Fondo y de EE UU. Pero tampoco queda clara cuál es su posición al respecto, excepto que no quieren ver mermado el poderío de sus bancos y empresas en esos conflictivos mercados. Lo que está claro es que en la solución de Krueger alguien pierde. Y quién pierde es algo que depende del poderío político y económico de las potencias involucradas en cada crisis. Bush, en cualquier caso, no quiere más demoras.