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La Opinión del Experto
Tribuna
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¿De qué humor viene el jefe?

Antonio Cancelo explica cómo los cambios de ánimo de los ejecutivos, dependiendo de si el viento es del norte o del sur, influyen en su entorno y en las decisiones que han de tomar

Aunque desde un punto de vista racional resulte difícilmente entendible, existen casos, que proliferan más de lo deseado, en los que, cuando una persona necesita plantear algo a su superior, decide previamente sondear el estado de ánimo en el que éste se encuentra. Es típica la pregunta realizada, por ejemplo, a la secretaria, como persona más próxima y mejor conocedora de las posibles reacciones del directivo en cuestión, ¿de qué humor ha venido hoy el jefe? De la respuesta dependía que se planteara o no cualquier tema trascendente al superior.

Forma parte de la cultura no oficializada en determinadas empresas y la respuesta de las secretarias suele tener carácter formal, por lo que sus recomendaciones son generalmente aceptadas y suelen darse por buenas: está de buen talante o ha venido con un humor de perros, mejor que lo dejes para mañana.

En los comportamientos herráticos, dirigidos por el humor de quienes detentan poder, es siempre el jefe quien determina el tono de la relación personal y profesional, lo que produce en los demás un indudable desasosiego, no acertando a calibrar el cómo de la relación adecuada.

Gobernar desde el humor cambiable no es precisamente lo más aconsejable, ni lo que produce los mejores frutos en el desarrollo de las empresas

Hoy puede estar simpático, cercano, amistoso, cuenta chistes, te pregunta por tu vida familiar, te toma el pelo, se ríe y te ríes en un ambiente distendido. Pero hará mal quien crea que ese va a ser el tipo de actuación, porque, si mañana, animado por el comportamiento de ayer, intenta mantener el mismo tono, puede encontrarse con una respuesta seca, desabrida, distanciadora, que deja bien sentado a quien compete determinar en cada momento los modos de la relación.

Es una situación distinta de la de aquellos que lo que desean es 'mantener las distancias'', colocar a cada uno en el lugar que le corresponde, los de arriba, arriba, y los de abajo, abajo, a partir de una concepción errónea de que la autoridad se refuerza en la separación, en el distanciamiento, que priorizan la lejanía a la cercanía, el aislamiento a la comunicación.

A los que me refiero en esta reflexión son a la vez cercanos y lejanos, y lo que determina la proximidad o la lejanía no es más que la evolución de su humor, influenciado, sabe Dios por qué acontecimientos que modifican su equilibrio emocional o vaya usted a saber si por el simple cambio de la fase lunar.

No es infrecuente que en la relación con un directivo de estas características, mientras se debate cualquier asunto relativo al ámbito de la gestión empresarial, concluya la cuestión aceptando el planteamiento, recurriendo para explicar su aceptación al irrebatible argumento de 'hoy me siento generoso' o 'has tenido suerte, me has cogido en un buen día'.

La irracionalidad de estos comportamientos despistan, crean confusión, generan una cultura de búsqueda de los buenos momentos y, por ello, se recaba la opinión de quien está más cercano para saber cómo actuar. Un mismo planteamiento puede tener respuestas diferentes dependiendo, entre otras cosas, del humor del instante en que se realiza.

Recuerdo la perplejidad vivida, en momentos en los que ya ocupaba puestos directivos, pero era aún muy joven y absorbía con pasión las enseñanzas de otros directivos más experimentados respecto a la interpretación de la regulación interna en un importante grupo empresarial.

Primero aprendí que las normas están siempre para ser aplicadas, aunque eso nos pueda llegar a doler, ya que, sin duda, son la garantía del buen funcionamiento de una sociedad. Asumido a regañadientes el principio, tuve que aprender que las normas están para ser interpretadas, función que corresponde a los órganos de la entidad.

Admitiendo la complejidad que encierra la vida, me empeñaba, sin embargo, en que aclaráramos cuándo había que aplicar la norma porque así se había establecido y cuándo era posible modificar su aplicación en función de la capacidad interpretativa de quien desempeñaba el poder.

Lo que rechazaba es que fuera un misterio o que la aplicación o la interpretación dependiera del humor que tuviera ese día el jefe o, peor aún, de a quién había que aplicarla.

Quienes tienen tareas de responsabilidad, y a mayor nivel mayor exigencia, necesitan comportarse de manera estable, aprendiendo a asumir los acontecimientos del signo que sean, empresariales o privados, sin que trastoquen su comportamiento, afecten a su estabilidad, mucho más sabiendo que de su actuación se derivan siempre repercusiones que afectan a terceras personas.

Aun en los casos de mayor preocupación o quizá precisamente en ellos, cuando un acontecimiento indeseado viene a perturbar la vida de la empresa o la personal, el comportamiento deseado, y exigible, aquel que muestra la madurez del directivo, es el mantenimiento de una postura en todo momento serena que no dificulte el funcionamiento de la sociedad y que no afecte negativamente el tono de la relación con los demás.

Gobernar desde el humor cambiable no es precisamente lo más aconsejable ni lo que produce los mejores frutos en el desarrollo de las empresas. Si quien tiene que conducir la nave empresarial al destino actúa de acuerdo con el humor del momento, influenciado por los vientos del sur o por los vientos del norte, por la luna llena o en cuarto menguante, encontrar y mantener el rumbo dependerá sólo de la suerte, y eso, a todas luces, resulta excesivamente arriesgado.

Aunque desde un punto de vista racional resulte difícilmente entendible, existen casos, que proliferan más de lo deseado, en los que, cuando una persona necesita plantear algo a su superior, decide previamente sondear el estado de ánimo en el que éste se encuentra. Es típica la pregunta realizada, por ejemplo, a la secretaria, como persona más próxima y mejor conocedora de las posibles reacciones del directivo en cuestión, ¿de qué humor ha venido hoy el jefe? De la respuesta dependía que se planteara o no cualquier tema trascendente al superior.

Forma parte de la cultura no oficializada en determinadas empresas y la respuesta de las secretarias suele tener carácter formal, por lo que sus recomendaciones son generalmente aceptadas y suelen darse por buenas: está de buen talante o ha venido con un humor de perros, mejor que lo dejes para mañana.

En los comportamientos herráticos, dirigidos por el humor de quienes detentan poder, es siempre el jefe quien determina el tono de la relación personal y profesional, lo que produce en los demás un indudable desasosiego, no acertando a calibrar el cómo de la relación adecuada.

Hoy puede estar simpático, cercano, amistoso, cuenta chistes, te pregunta por tu vida familiar, te toma el pelo, se ríe y te ríes en un ambiente distendido. Pero hará mal quien crea que ese va a ser el tipo de actuación, porque, si mañana, animado por el comportamiento de ayer, intenta mantener el mismo tono, puede encontrarse con una respuesta seca, desabrida, distanciadora, que deja bien sentado a quien compete determinar en cada momento los modos de la relación.

Es una situación distinta de la de aquellos que lo que desean es 'mantener las distancias'', colocar a cada uno en el lugar que le corresponde, los de arriba, arriba, y los de abajo, abajo, a partir de una concepción errónea de que la autoridad se refuerza en la separación, en el distanciamiento, que priorizan la lejanía a la cercanía, el aislamiento a la comunicación.

A los que me refiero en esta reflexión son a la vez cercanos y lejanos, y lo que determina la proximidad o la lejanía no es más que la evolución de su humor, influenciado, sabe Dios por qué acontecimientos que modifican su equilibrio emocional o vaya usted a saber si por el simple cambio de la fase lunar.

No es infrecuente que en la relación con un directivo de estas características, mientras se debate cualquier asunto relativo al ámbito de la gestión empresarial, concluya la cuestión aceptando el planteamiento, recurriendo para explicar su aceptación al irrebatible argumento de 'hoy me siento generoso' o 'has tenido suerte, me has cogido en un buen día'.

La irracionalidad de estos comportamientos despistan, crean confusión, generan una cultura de búsqueda de los buenos momentos y, por ello, se recaba la opinión de quien está más cercano para saber cómo actuar. Un mismo planteamiento puede tener respuestas diferentes dependiendo, entre otras cosas, del humor del instante en que se realiza.

Recuerdo la perplejidad vivida, en momentos en los que ya ocupaba puestos directivos, pero era aún muy joven y absorbía con pasión las enseñanzas de otros directivos más experimentados respecto a la interpretación de la regulación interna en un importante grupo empresarial.

Primero aprendí que las normas están siempre para ser aplicadas, aunque eso nos pueda llegar a doler, ya que, sin duda, son la garantía del buen funcionamiento de una sociedad. Asumido a regañadientes el principio, tuve que aprender que las normas están para ser interpretadas, función que corresponde a los órganos de la entidad.

Admitiendo la complejidad que encierra la vida, me empeñaba, sin embargo, en que aclaráramos cuándo había que aplicar la norma porque así se había establecido y cuándo era posible modificar su aplicación en función de la capacidad interpretativa de quien desempeñaba el poder.

Lo que rechazaba es que fuera un misterio o que la aplicación o la interpretación dependiera del humor que tuviera ese día el jefe o, peor aún, de a quién había que aplicarla.

Quienes tienen tareas de responsabilidad, y a mayor nivel mayor exigencia, necesitan comportarse de manera estable, aprendiendo a asumir los acontecimientos del signo que sean, empresariales o privados, sin que trastoquen su comportamiento, afecten a su estabilidad, mucho más sabiendo que de su actuación se derivan siempre repercusiones que afectan a terceras personas.

Aun en los casos de mayor preocupación o quizá precisamente en ellos, cuando un acontecimiento indeseado viene a perturbar la vida de la empresa o la personal, el comportamiento deseado, y exigible, aquel que muestra la madurez del directivo, es el mantenimiento de una postura en todo momento serena que no dificulte el funcionamiento de la sociedad y que no afecte negativamente el tono de la relación con los demás.

Gobernar desde el humor cambiable no es precisamente lo más aconsejable ni lo que produce los mejores frutos en el desarrollo de las empresas. Si quien tiene que conducir la nave empresarial al destino actúa de acuerdo con el humor del momento, influenciado por los vientos del sur o por los vientos del norte, por la luna llena o en cuarto menguante, encontrar y mantener el rumbo dependerá sólo de la suerte, y eso, a todas luces, resulta excesivamente arriesgado.

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