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Tribuna
Columna
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Ciega parcialidad

Antonio Gutiérrez Vegara

Las oscuras perspectivas de guerra que emite la Casa Blanca no cejan en su empeño de eclipsar el rayo de esperanza para la paz que alumbró el amanecer del pasado martes. Ese día se iniciaban las sesiones de la Asamblea General de la ONU con la lectura de la carta que el ministro de Exteriores iraquí, Naji Sabri, había entregado al secretario general, Kofi Annan, aceptando la vuelta de los inspectores sin ninguna condición previa.

Pero a las pocas horas, el portavoz del Gobierno norteamericano, secundado a pies juntillas por el del Reino Unido, echaba un jarro de agua fría sobre la natural alegría con la que los restantes miembros de las Naciones Unidas habían recibido la noticia.

Sin razones para sostener sus planes de ataque inminente, George Bush ha recurrido a las contradicciones y a los pretextos.

Si hasta su intervención en el pleno de la Asamblea de la ONU había considerado innecesaria una nueva resolución exigiendo a Irak el retorno sin cortapisas de los inspectores, porque estimaba suficiente la legitimidad derivada de las anteriores para lanzar la ofensiva militar, ahora que Bagdad acepta la exigencia fundamental dice que debe adoptarse otra resolución incluyendo las consecuencias bélicas inmediatas en caso de incumplimiento por parte iraquí.

De aceptarse tal redactado, sin la inexcusable obligación de que todo ataque debe ser decidido previamente por el Consejo de Seguridad, podría repetirse, a mayor escala y con imprevisibles consecuencias, que Estados Unidos con el incondicional seguidismo británico decidiera atacar en base a su particular interpretación del grado de cumplimiento del mandato internacional, como ya hiciera en el año 1998.

En aquella ocasión, además de las trabas que puso Irak a las labores de inspección, se evidenció que la Comisión Especial para el desarme de Irak (Unscom) estaba infiltrada por espías norteamericanos, como reconoció quien fuera su director, el sueco Rolf Ekeus, y hasta el punto de que la ONU tuvo que disolverla mediante la resolución 1.284 y sustituirla por la Comisión para la Verificación e Inspección (Unmovic), pero lo hizo un año después de los bombardeos.

No obstante, tampoco le vale a la Administración Bush que vuelvan los inspectores, sino que exige desarmar a Irak. Otra contradicción, porque difícilmente se puede desarmar a nadie sin saber antes de qué armas dispone. Además, tanto los inspectores de desarme de Naciones Unidas como la Agencia Internacional para la Energía Atómica informan de que entre 1991 y 1997 realizaron un considerable trabajo de desarme en Irak y no están dispuestos a certificar la envergadura del rearme que pudiera haber logrado Irak en los últimos cuatro años sin verificarlo sobre el terreno.

Queda el pretexto recurrente a la astucia de Sadam Husein para ganar tiempo y a su falta de credibilidad. Siempre será preferible ganar tiempo para la paz, aunque pueda pecarse de aparente ingenuidad, que dejarse llevar por quien no quiere perder tiempo para la guerra.

Abocado a esa disyuntiva, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debe recordar que su razón de ser es preservar la paz. Por tanto, no es Sadam Husein quien divide al organismo, lo que equivale a insinuar que Francia, Rusia y China se dejan manipular por él, sino quienes quieren violentar su funcionamiento, desnaturalizándolo con sus inclinaciones belicistas y sus prisas para repartirse el mayor botín petrolero de la zona.

Desde luego que no merece confianza alguna el dictador de Bagdad, pero es la credibilidad de la comunidad internacional la que debe revalidarse en cada una de sus actuaciones, para lo que es imprescindible contar con todos los elementos de juicio y datos fehacientemente probados antes de adoptar cualquier decisión.

No basta con las presunciones del guerrero de Washington. Aceptar su prevalencia avalaría la denuncia del ministro de Exteriores sirio sobre la 'ciega parcialidad del Consejo de Seguridad, que por la influencia de los Estados Unidos favorecía siempre a Israel'.

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