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Tribuna
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Doce meses después...

Se cumple un año de los terribles atentados del 11-S y es momento de reflexionar sobre sus consecuencias en la economía mundial. No obstante, para ello, deberíamos echar la vista atrás y visionar cuál era la coyuntura económica y empresarial unos meses, unos días antes de los fatales sucesos.

La tendencia era ya claramente bajista. Dos años antes se había vivido una situación de bonanza económica, en la que el mundo empresarial se lanzó a nuevos proyectos impulsado, en gran medida, por la efervescencia tecnológica.

Animadas además por sus buenos resultados financieros, muchas organizaciones decidieron entonces dar rienda suelta a sus proyectos y realizaron inversiones multimillonarias. Apostar por nuevos proyectos era, en ese momento, poco menos que una obligación si no se deseaba dejar pasar la gran oportunidad y perder capacidad competitiva.

En esa situación, los inversores particulares, las empresas de capital riesgo, los bancos, etcétera, estudiaban día a día nuevos negocios que prometían altísimas rentabilidades a medio y largo plazo.

Todo el mundo estaba tan seguro que el elevadísimo crecimiento de demanda en servicios basados en las tecnologías de la información iba a justificar y rentabilizar las inversiones astronómicas. Entre los analistas de los bancos de inversión con mayor prestigio del mundo, los mejores consultores y los ejecutivos más carismáticos se reafirmaban continuamente el camino hacia los éxitos financieros y empresariales.

Poco después, a mediados de 2000, la realidad se confirmó bien distinta. A partir de entonces las malas noticias comenzaron a convertirse en protagonistas de los medios de comunicación: falta de demanda, escasos ingresos, deudas atosigantes, reducciones de costes, reestructuraciones, exigüidad de financiación... Así llegaron los primeros cierres, que tuvieron un inmediato efecto dominó, en primer lugar, en las empresas de la nueva economía.

La desconfianza se apoderó del mercado y la debilidad financiera arrastró a aquellos proyectos que precisaban urgentemente capital para poder demostrar su viabilidad.

Esta tendencia, procedente de la nueva economía, caló rápidamente en sectores tradicionales; afortunadamente no con las mismas consecuencias, pero sí se dejó sentir en el mundo empresarial en general. La empresa tradicional dejó de confiar en que la incorporación de las nuevas tecnologías en los procesos de negocio era imprescindible para asegurarse la supervivencia y mejora de competitividad.

Así las cosas, llegó la fatídica fecha del 11 de septiembre de 2001. Los atentados causaron una gran conmoción en todo el mundo y crearon un sentimiento de temor más que justificado en la sociedad. Este miedo a lo que pudiera ocurrir afectó de forma inmediata a la confianza de los analistas e inversores, que congelaron sus operaciones a la espera de los acontecimientos.

Una vez estabilizada la crisis política, y superado el miedo a un conflicto bélico de mayores proporciones, las empresas trataron de recuperar el pulso de su actividad. Muchas ya lo han conseguido.

Doce meses después, se habla en los medios de comunicación de los malos resultados de multitud de empresas, que los justifican con los pésimos efectos del 11-S.

Sin duda, en algunos sectores -turismo y aviación, fundamentalmente- los atentados han tenido una repercusión directa y negativa, pero en otros muchos la incidencia ha sido mínima. Sí es cierto que un hecho como el ocurrido hace ahora un año reduce la confianza de unos y otros y afecta a algunos mercados, pero poco tiene que ver con las pérdidas multimillonarias o con las reestructuraciones masivas de plantilla llevadas a cabo por numerosas empresas en el último ejercicio.

La tendencia del mercado ya era descendente hace 12 meses y los resultados de muchas organizaciones habrían sido igualmente negativos si no hubieran ocurrido los atentados. La evolución bursátil lo confirma, al ser el barómetro de la economía. Aunque es evidente que en la actual crisis se ha destruido muchísimo valor desde marzo 2000 (el momento del inicio del desplome de las Bolsas mundiales), es difícil creer que el valor de la empresa y economía apenas ha mejorado en los últimos cinco años.

Los índices de las Bolsas ahora están más o menos en el mismo nivel que en septiembre 1998. ¡Quizás también tenemos que mirar fuera de los mercados financieros para no distorsionar nuestra visión de la economía! ¡Quizás se encuentra más evidencia de creación de valor, creación de empleo, aumento de productividad y riqueza en la empresa no cotizada en Bolsa (típicamente la pyme)!

La crisis en Latinoamérica, cada vez más acuciante y generalizada a más países, y los malos tiempos que corren para no pocas compañías tecnológicas, sí tienen un impacto directo en la actividad de muchas empresas. No obstante, a pesar del sentimiento negativo del mercado, hay multitud de empresas que están haciendo muy bien su trabajo y obteniendo buenos resultados, incluso en el sector de las nuevas tecnologías.

En este sentido, recientemente aparecía en prensa un informe que aseguraba que algunas de las grandes compañías tecnológicas de EE UU no sabían qué hacer con su dinero y afirmaba que compañías como Microsoft o Cisco cuentan con más de 20.000 millones de dólares en efectivo e inversiones.

Y no sólo compañías de esta dimensión, empresas más terrenales, de mucho menor tamaño, también están demostrando su saber hacer y están obteniendo resultados positivos y crean más empleo.

Hablar del futuro siempre es arriesgado, pero superados los efectos reales del 11-S, y habiendo acometido las reestructuraciones necesarias, esperemos que la confianza vuelva al mercado en los próximos meses y la economía en general, de nuevo, remonte el vuelo.

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