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Columna
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Después del aniversario

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La mejor conclusión del aluvión de análisis sobre los efectos económicos del 11-S con que se nos ha bombardeado durante esta semana es que el atentado ha tenido pocos efectos sobre la economía americana y mundial y que mucho más importante ha sido lo que sucedió antes de la fecha del 11-S -la caída de las Bolsas desde hacía año y medio antes de los atentados y la desaceleración real-, así como lo que ha sucedido después del 11-S, en especial la pérdida de confianza en los gestores de las empresas cotizadas, en los auditores, en los analistas o en las agencias de rating.

La frase que resume mejor esta visión es la de que 'algunos hombres de empresa americanos han hecho más daño al capitalismo que los enemigos del capitalismo'.

Se ha subrayado también que las negras profecías que se hicieron hace un año, mientras se derrumbaban las Torres Gemelas en Nueva York, no se han cumplido.

Felizmente para todos, los que predijeron que ese atentado iba a ser el desencadenante de una recesión se han equivocado.

La economía estadounidense y la mundial están creciendo a un ritmo superior al de los trimestres anteriores al 11 de septiembre de 2001. Ello se debe, en parte, a que la preocupación por los efectos de los atentados sirvió para añadir dosis expansionistas a las políticas fiscal y monetaria, con lo que los más cínicos han llegado a decir que los atentados han ayudado a la incipiente recuperación de este año.

Hay un consenso, pues, sobre las escasas consecuencias económicas del 11 de septiembre de 2001 durante el año transcurrido hasta hoy, pero sería un error proyectar esta conclusión hacia delante. El que los efectos hasta ahora no hayan sido importantes no significa que aquellos atentados no tendrán consecuencias en el futuro.

Los efectos del 11 de septiembre de 2001 no han terminado porque, no olvidemos, la guerra contra el terrorismo no ha acabado.

El muy probable ataque a Irak debería bastar para recordarnos que la reacción al 11-S continúa segregando algunos efectos negativos tan notorios como la reciente subida de los precios del petróleo.

El 11 de septiembre del pasado año se alzó el telón de una función cuyos efectos económicos, hasta el momento, no han sido negativos, pero esta función no ha acabado y por tanto no se puede cerrar el balance de sus efectos.

Justamente, el principal efecto de que no haya acabado la función es que no conocemos su desenlace, lo que usualmente llamamos 'suspense' y que, en términos económicos, denominamos 'incertidumbre'.

La propia celebración del aniversario ha servido para congratularnos de que no haya habido un segundo atentado, pero los comentaristas se han hartado de explicarnos la facilidad de que se pueda cometer otro, con lo que la gente se ha quedado muy tranquila respecto al pasado pero más inquieta respecto al futuro.

Y la guerra de Irak, ¿qué consecuencias económicas tendrá? No lo sabemos. En Europa se piensa que sus efectos económicos pueden ser negativos, pero no es descartable que se consiga, como en Afganistán, una coalición amplia y el resultado de la operación deje un mundo más seguro y confiado.

La preocupación de no saber qué dirección tomará el futuro es lo que llamamos incertidumbre.

La incertidumbre es algo más que la impredecibilidad del futuro. El futuro es siempre impredecible y, sin embargo, no siempre la incertidumbre se apodera de los agentes económicos.

La incertidumbre es mas subjetiva que objetiva, la incertidumbre aparece cuando nos preocupa no saber qué pasará en el futuro y ahí es donde los agentes económicos están instalados y, mientras se mantenga, seguirá perjudicando al crecimiento económico.

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