El impuesto de la inflación
El presidente del Gobierno, José María Aznar, afirmó ayer que España tiene una inflación mayor que sus socios de la UE porque está creciendo más. Aznar aparentemente tiene razón, pero no hace bien las cuentas cuando asegura que el diferencial con los países de la zona euro permanece estable. Los datos reflejan, sin embargo, que el margen de crecimiento se estrecha y las diferencias de precios se ensanchan. Y lo más peligroso de esta situación es la tendencia, pues mientras la desaceleración de la economía no cesa, el IPC sigue subiendo incontenible.
Los datos de agosto conocidos ayer no hacen sino empeorar las perspectivas. Los precios subieron un 0,3%, con lo que la inflación acumulada (2,1%) es superior a la prevista para todo el ejercicio y la interanual se coloca ya en el 3,6%. La inflación subyacente, que no computa ni los precios de los productos energéticos ni los de los alimentos no elaborados, sigue instalada en el 3,8%. El diferencial con la inflación media de la zona euro es de 1,5 puntos, pero con Alemania, por ejemplo, asciende a 2,5 puntos.
Lo peor de esta situación, que parece no preocupar al Gobierno, es que las previsiones de todos los expertos sitúan la inflación a final de año en torno al 4%, mientras que el crecimiento del PIB, pese a la estimación oficial, no llegará al 2%. Los signos de debilidad que muestran el consumo y la inversión en construcción, los dos motores que están empujando la economía, no invitan al optimismo para 2003, porque el diferencial de crecimiento con Europa será el próximo año sensiblemente más corto, según pronostican todos los expertos. El turismo, otro de los factores clave del crecimiento español, ha experimentado este año un descenso, aunque paradójicamente es el principal protagonista del repunte inflacionario de agosto. La subida del precio del petróleo por la amenaza de guerra contra Irak no sólo gravará el IPC, sino que empeorará aún más la balanza comercial al encarecer las importaciones en una coyuntura de exportaciones a la baja.
Una de las grandes debilidades de la economía española sigue siendo la baja competitividad, que se ve progresivamente dañada con la subida de precios. Dentro de una unión monetaria, al ser imposible devaluar, si no se consigue atajar la inflación, ésta se cobra su parte en términos de inflación y empleo. Pese a que es urgente controlar los precios, el Gobierno, en esta coyuntura de bajo crecimiento, se encuentra muy cómodo porque sabe que la inflación actúa como un impuesto que favorece las cuentas públicas, al incrementar la recaudación de Hacienda y permitir controlar el déficit. Pero debe ser consciente de que un IPC al alza perjudica gravemente a las empresas y también a los consumidores. Si no se corrige pronto, cuando la recuperación llegue, la economía española pagará un doble precio en los dos diferenciales, el de la inflación y el del crecimiento.