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11-S

América Latina, la perdedora

A lo largo de su campaña para la Presidencia y en sus primeros meses de mandato, el presidente de Estados Unidos hizo gala de su simpatía y de su interés político y económico por América Latina.

Antes de afirmar que la región estaría en el foco de atención de su Gobierno, George Bush había sido incluso más terminante durante la campaña que lo llevó a la Presidencia. 'Aquellos que ignoran a América Latina no entienden completamente a Estados Unidos', dijo poco antes de las elecciones de noviembre de 2000. El hecho de que su primer viaje oficial tras asumir el cargo fuese a México alentó aún más las expectativas que sus discursos creaban.

Pues bien, a la luz de los acontecimientos podría concluirse que el presidente de EE UU dijo la verdad y, al mismo tiempo, que mintió. Todo depende del cristal con el que se mire la política estadounidense en la región.

Para los Gobiernos latinoamericanos, las primeras definiciones de Bush sonaron a grandes ayudas económicas futuras y a una apertura comercial de la potencia a sus exportaciones. Una ilusión, si se hubiera tenido en cuenta el carácter históricamente proteccionista del ideario económico del Partido Republicano y, más concretamente, las definiciones programáticas de su candidato.

Hasta los atentados terroristas contra Nueva York y Washington, hace ahora un año, poco y nada de lo actuado por la Administración Bush satisfizo a sus aliados del patio trasero. La política de subsidios agrícolas internos fue directamente en contra de lo esperado por los exportadores de esas materias primas. La promesa de avanzar en la conformación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), reafirmada en la cumbre continental de Quebec City en abril de 2001, no fue acompañada por ningún compromiso de reducir los aranceles sobre las importaciones, industriales o de materias primas, provenientes de las naciones latinoamericanas. Asimismo, en aquel momento, que coincidió con el primer embate a fondo de la crisis de Argentina, se percibió por primera vez la posición dura y prescindente que adoptaría el nuevo Gobierno frente a los hechos de ese país.

La desazón principal por la no apertura del mercado estadounidense se profundizó tras el estallido de la crisis argentina, ya que Washington apostó claramente por evitar su extensión, pero sin prestar mayor atención a los reclamos del Mercosur de que proporcionara ayuda a Argentina. Por otro lado, la falta de la aprobación del fast-track por parte del Congreso, finalmente votado a fines de julio pasado, siguió trabando las negociaciones de comercio preferencial con Chile y los países andinos.

Después del 11-S

Tras los ataques terroristas, América Latina habría quedado fuera del foco de atención prioritario de Estados Unidos. Al menos, ésta es la opinión de la mayoría de los analistas. Bien mirado, sin embargo, la actitud de Washington desde esa fecha no ha sido otra que la de ir más lejos en el camino emprendido en enero de 2001.

Por una parte, el curso de dureza político-económica con Argentina se profundizó y se extendió al plano militar. El plan de intervención con asesores militares en Colombia ganó impulso, más aún tras la victoria de Álvaro Uribe. El apoyo abierto al fallido golpe contra Hugo Chávez en Venezuela no ha cerrado el objetivo de terminar con el régimen bolivariano. La amnistía que México esperaba para sus nacionales que residen ilegalmente en Estados Unidos ha quedado en promesas al presidente Vicente Fox.

Más que mentir, Bush le otorgó un lugar determinado a la región en su política exterior. Claro que dándole la espalda a los pedidos de ayudas. Sólo cuando la crisis amenazó con provocar una caída inminente, Bush corrió en un precario auxilio de Brasil. Mientras estrecha vínculos militares con los Gobiernos, prepara un ALCA a medida de su país.

El giro antiterrorista y el golpe a Chávez

 

Desde su llegada al poder en 1998, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, no ha gozado nunca de popularidad en los medios empresariales de su país. Mucho menos en Washington, donde su retórica revolucionaria y de soberanía nacional preocupan desde siempre. Finalmente, a los ojos de EE UU, Chávez fue un golpista fracasado en 1992 que llegó posteriormente al poder como resultado del hundimiento de los partidos tradicionales.

 

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