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Tribuna
Columna
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Fin de régimen

Miguel Ángel Aguilar subraya las diferencias entre las promesas de austeridad que hacían los populares desde la oposición para cuando alcanzaran el poder y la realidad. De aquellos escrúpulos, dice al autor, nada ha quedado en pie

Con los fastos de las bodas del poder recién concluidos, en medio de la anestesia general, sin rastro de crítica ni de indignación por la apropiación de lo público, algunos dibujan el ambiente de fin de reinado y se preguntan qué queda de aquellas proclamas austeras de José María Aznar, durante sus años de liderazgo en la oposición, que le acompañaron hasta los umbrales de La Moncloa. Recuerdan que, como conviene a la salud pública, en aquellos tiempos de Gobierno socialista sus adversarios del PP mantuvieron una vigilancia permanente y reclamaron cuentas en detalle de modo implacable.

La inquisición de los aznaristas era por ventura muy activa y las áreas de su curiosidad muy diversificadas. De todo hacían los populares escándalo y consiguiente promesa de rectificación para el momento en que alcanzaran el relevo.

Cuando el presidente González subió al yate Azor, o cuando optó por pasar sus vacaciones en el Coto de Doñana, donde invitó a otros primeros ministros, la jauría mediática del PP prorrumpió en alaridos de indignación, lo mismo que cuando un ministro pasó unos días de vacaciones en una casa forestal en el Monte Corona junto a Ruiloba, o cuando otro requirió un avión Mystère del escuadrón 401 para regresar a España, o cuando el alcalde de Segovia celebró su boda en el Alcázar de aquella ciudad. Todos estos casos arriba referidos y la lista interminable que podría añadirse era, sin embargo, gloria bendita para los contribuyentes contra los cuales acaba cargando siempre el despilfarro del erario público al que con tanta soltura propenden sus gestores en cada momento.

Cualquier observador de mirada limpia detecta en las filas aznaristas síntomas alarmantes de pérdida del sentido crítico y hasta de masa encefálica

Pero de aquellos escrúpulos nada ha quedado en pie. Dijeron que no residirían en Moncloa pero allí se han instalado con reformas decorativas pendientes de ser evaluadas, que el Coto de Doñana sería en exclusiva para los investigadores pero rehabilitaron el palacio y lo llenaron de invitados y ahora casan como a una princesa a su hija Ana, recurriendo a un boato muy por encima del que tuvieron las bodas de las infantas Elena y Cristina.

Es decir, que enseguida terminó prevaleciendo la idea de que a quienes ocupan el poder todo les es debido. Unas veces por razones de seguridad, otras en atención a la dignidad del cargo y al final para dar mayor satisfacción a los palmeros y demostrar 'sin complejos' la diferencia entre los del PP, a quienes por ley natural corresponde el Gobierno de la Nación, y esos desastrosos ocupas socialistas que llegaron a encaramarse allí por unos años como realquilados muy por encima de sus posibilidades históricas con el resultado penoso e inevitable de traernos 'paro, despilfarro y corrupción'.

Cualquier observador todavía exento de la contaminación letal del ambiente, que conserve una mirada limpia sin esa acomodación patológica que se ha terminado apoderando de tantos, detecta en las filas del aznarismo síntomas alarmantes de pérdida del sentido crítico y hasta de masa encefálica.

¿Cómo no hay nadie en el entorno de Moncloa capaz de advertir la desmesura de los fastos nupciales? ¿Es que todos anteponen el cálculo adulador a la verdadera lealtad? Por eso qué oportuna la edición del texto de Plutarco sobre Cómo distinguir a un adulador de un amigo, que acaba de hacer Siruela, donde se dice que a los toros se les pega el tábano a las orejas y a los perros la garrapata y que de la misma manera 'el adulador ocupando las orejas de los ambiciosos y agarrándose a ellas con alabanzas es difícil de quitar'.

¿Alguna vez recobrará Aznar la lucidez para decir con Homero a cada uno de los que integran ese tropel que le asfixia con sus halagos aquello de 'extranjero, me pareces ahora distinto del que eras antes'? ¿Advertirá que no necesita amigos que se cambien y asientan con él si no que le digan la verdad y le ayuden a decidir? ¿Cómo nadie le advirtió a tiempo de la improcedencia de invitar al Rey, porque sería desairado que rehusara?

Entre tanto cunde la desolación entre quienes advierten el despropósito en el que nos hallamos, porque el control de los medios informativos se ha reforzado de tal manera que todo son adhesiones acríticas y avanza la confusión al ver algunos encumbramientos.

Momentos difíciles en los que se comprueba aquello que escribió en la cárcel Maurice Joly: 'Nace un hombre que tal vez se habría muerto de hambre en todos los oficios que exigen conocimientos y aplicación; se examina a sí mismo por todos lados y cree que no sirve para nada. Un día por casualidad toma una pluma, escribe y nota que le resulta tan fácil como ir al retrete'. Estas gentes pasan por periodistas, no retienen nada en la vejiga y obtienen remuneraciones por encima de las de sus colegas neoyorquinos. Gritemos todos. ¡Vivan los novios!

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