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Columna
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Formación tecnológica, ¿quién y cuándo?

Manuel Pimentel subraya las carencias de la formación laboral en España, especialmente en el campo de las nuevas tecnologías. El autor, que aboga por el actual mecanismo del Forcem, destaca la importancia de la formación continua

Necesitamos prepararnos para la sociedad del conocimiento, en la que el uso de las nuevas tecnologías es un instrumento indispensable. Para ello deberíamos respondernos a las preguntas: ¿quiénes se tienen que formar?, ¿dónde? y ¿cuándo?

Es en los colegios donde se debe empezar a enseñar los rudimentos necesarios de las nuevas tecnologías. La proliferación de juegos electrónicos e Internet hace que nuestra población joven ya esté muy familiarizada con el manejo de equipos informáticos; pero lógicamente no nos podemos detener ahí.

En el curso de verano La formación para la sociedad de la información, organizado por Aniel, la Asociación de Industrias Electrónicas y de Telecomunicaciones, celebrada el pasado mes de julio en El Escorial (Madrid), se debatió esta cuestión, interrogándonos acerca de qué tipo de formación tecnológica y qué conocimientos de las TIC (tecnologías de la información y comunicación) deberíamos proporcionar a los estudiantes en los distintos niveles educativos.

En la Declaración de Bolonia (1999) firmado por los ministros de Educación de la UE, se intentó que la actividad de los centros superiores de formación se adaptara a las necesidades emergentes de la nueva sociedad, con sus nuevas demandas y oportunidades. En esa declaración, se instaba a adecuar sus planes de estudio a una estructura común -con un primer ciclo, que ya permitiría la inclusión laboral, y un segundo ciclo de mayor especialización-, con un sistema de créditos homologables en el ámbito europeo.

No soy conocedor del grado de cumplimiento de esos propósitos en el ámbito europeo. Sin embargo, la opinión mayoritaria de los componentes de la mesa, directores de colegios profesionales y escuelas de ingeniería era que, al menos en la ingeniería superior, debería huirse de la excesiva especialización, ya que correríamos el riesgo de limitar en demasía los conocimientos.

Todos coincidieron en que cualquier titulación técnica debía aportar un conocimiento adecuado de las herramientas tecnológicas con las que tendrían que trabajar una vez finalizada la carrera. De nuevo aquí se levantó la polémica: ¿quién sabría definir las herramientas tecnológicas del futuro?

Los perfiles profesionales que demanda la sociedad ha ido evolucionando. Así, en 1960 eran los especialistas directamente ligados a la tecnología los más solicitados. En la década de los ochenta se solicitaban ligados a la tecnología y a sus aplicaciones, mientras que, en los momentos actuales, se reclaman vinculados a la tecnología, sus aplicaciones, y a los servicios y negocios asociados.

No debemos olvidar la formación de los licenciados en titulaciones no técnicas. Hoy en día, tanto para un biólogo como para una periodista, un economista o incluso un filósofo, el conocimiento del uso -al menos al nivel de usuario- de las herramientas informáticas elementales será absolutamente imprescindible en su desempaño profesional.

El crecimiento en el número de universidades españolas ha sido espectacular. De las 26 existentes a principios de los setenta, hemos pasado a casi las 70 actuales, entre públicas y privadas. El principal motivo de este desarrollo ha sido doble. Por una parte, el desarrollismo español permitió la aparición de una extensa clase media que trabajó duramente para que sus hijos pudieran acceder a la universidad. Hoy disfrutamos de uno de los porcentajes de matriculados universitarios más elevados de Europa.

La otra causa ha sido el incremento de estudiantes derivado del baby boom de los sesenta. La Universidad, independientemente de la titulación cursada, debe garantizar unos mínimos conocimientos de las nuevas tecnologías.

Durante muchos años nos hemos quejado del fracaso de nuestro sistema de formación profesional; parece que ahora está resurgiendo, gracias sobre todo a las nuevas titulaciones vinculadas a las tecnologías y la informática. Estamos ante una gran oportunidad para nuestra Formación Profesional. Nuestras empresas precisan de técnicos y profesionales en estas materias.

Pero la formación no es exclusiva de nuestros años jóvenes. El deseo y la necesidad de aprender nos acompañará durante toda nuestra vida. De ahí la importancia de la llamada formación continua, esto es, el aprendizaje a lo largo de nuestra carrera profesional.

En la actualidad, muchas empresas realizan la formación de sus trabajadores, o su especialización, bajo su propia financiación, mientras que cada día son más las que se presentan a las convocatorias del Forcem, una fundación gestionada entre el Inem, los empresarios, los sindicatos y, tras una sentencia del Constitucional, también las comunidades autónomas.

A pesar de las permanentes críticas que ha recibido este sistema, por presuntos fraudes, tenemos que insistir en que han funcionado razonablemente.

Que se persigan las irregularidades, pero que no se desmantele un sistema necesario para nuestro mercado de trabajo. En nuestro país tan sólo el 5% de la población entre 25 y 64 años recibe formación continua, contrastando esta baja tasa con la del 21,5% de Suecia o Reino Unido, o el 10% de la media de la Unión.

En resumen, que el mayor porcentaje posible de la población debe educarse en las nuevas tecnologías desde los niveles escolares, pasando por la formación profesional y la universitaria, hasta llegar a la formación continua. Una formación a lo largo de toda la vida.

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