¡Cuidado con los idus de marzo!
El debate de la nación concluyó con la aprobación de 39 propuestas que van desde la lucha contra el ruido al desarrollo de la formación continua o el fomento de la I+D; promesas genéricas cuyo cumplimiento es cuando menos incierto pues agosto nos hará olvidar tan aburrido debate. No sé si ello es bueno o malo, pero estoy convencido de que, sin embargo, el nuevo Gobierno haría mal en ignorar que el próximo año será decisivo para sus posibilidades de volver a ganar las generales en 2004.
Es cierto que todo Gobierno lucha con el desgaste que esa tarea ocasiona, pero en España una mayoría de ciudadanos parece haber perdido la confianza en las instituciones y en los dirigentes políticos que luchan por el control del poder sin respetar límite alguno, se ha generalizado la decadencia moral y la incapacidad para actuar colectivamente, la corrupción no diferencia entre ámbitos públicos y privados y la posibilidad de un estancamiento económico ensombrece las perspectivas de una sociedad cada día más desilusionada.
A ese estado de ánimo no son ajenos ciertos grupos de opinión ni el propio Gobierno y el partido que le apoya por los incumplimientos y errores cometidos desde aquel marzo de 2000: se han reducido los impuestos pero se sigue gastando mucho y mal; se ha creado empleo y se traspasó la sanidad a las comunidades autónomas, pero el gasto en este capítulo, y sobre todo en el farmacéutico, sigue incontenible y la sanidad pública se ha resentido de casos como el de las vacas locas; se ha acertado en lo sustancial al emprender la reforma de la educación pero el proyecto se ha desdibujado, entre otras razones, por la debilidad gubernamental ante las exigencias eclesiásticas respecto a la enseñanza de la religión; mucho se ha hablado de la reforma de la Justicia pero la delincuencia campa por sus respetos y la emigración ilegal, que ha alcanzado dimensiones europeas, continúa sin encauzarse, gracias en parte a los buenos oficios de la oposición.
Con este trasfondo, el Gobierno del señor Aznar se enfrenta, en mi opinión, a cuatro problemas: la tentación de considerar que Marruecos y Gibraltar son cuestiones unidas por idéntico ritmo e hilo geopolítico, lo cual es un error que debería evitarse; la tendencia a olvidar que la opinión pública está cada vez más preocupada por la inseguridad ciudadana y que -acertada o equivocadamente- la atribuye a la inmigración ilegal; que en contra de reiteradas promesas la situación económica -cuyas señales más visibles son la evolución de los precios y el desplome de las Bolsas- no parece mejorar y puede continuar empeorando el año próximo; por último, el tempo de la sucesión del presidente del Gobierno acaso resulte equivocado porque esperar en demasía originará fisuras en el partido, dará bazas a la oposición y aburrirá a la opinión pública, más inclinada a entender y participar en opciones claras que en maniobras de partido.
Este recordatorio no es, con todo, un responso para el PP y su Gobierno, pues sus posibilidades de volver a ganar en 2004 son, ahora mismo, mayores que las del PSOE. Cierto que tiene una prueba de fuego con las municipales y autonómicas, pero esas primeras contiendas aconsejarían redefinir este otoño las líneas maestras de su programa.
Y entre ellas resaltan algunas que hemos visto difuminarse los dos últimos años: la promoción de una economía competitiva, con lo que ello supone de liberalizar mercados y fortalecer instituciones reguladoras; el mantenimiento de unas reglas comunes y la promoción del respeto a las instituciones y marcos constitucionales; la flexibilidad en la discusión de competencias con las autonomías combinada con la firmeza en preservar un acerbo histórico común; la mejora en los desequilibrios económicos y sociales entre regiones y personas pero sin promesas imposibles de cumplir; la defensa sin complejos de la seguridad ciudadana -para eso fue creado originalmente el Estado- y la consecución de una Administración de justicia rápida y eficaz; y, por último, el convencimiento de que respetar a la opinión pública exige una explicación permanente y no la admonición y el ceño fruncido.
No debe descartarse que el PSOE tenga un programa mejor, pero para difundirlo debería resolver su actual dilema entre la catequesis moral y la movilización social; algo que hasta ahora no ha hecho y que en beneficio de todos convendría que consiguiera cuanto antes para así plasmar sus ideas en un proyecto político concreto.