El auge de la volatilidad convierte a las Bolsas en juguetes rotos
Hay muy pocos analistas capaces de explicar lo que sucede, porque a fuerza de contemplar el mercado cada día terminan contagiándose de las sobrerreacciones. Sólo los observadores más fríos, esos que tienen siempre un semblante frío y que no parpadean ni cuando la Bolsa mira la luna ni cuando se precipita al abismo, emiten juicios, hacen valoraciones.
Las Bolsas están rotas, como los viejos juguetes guardados en el desván, dicen estos observadores. No hay inversor final, bien porque está atrapado a precios sensiblemente más altos que los actuales desde hace dos años, bien porque ha buscado otras alternativas.
La proliferación en los últimos 10 años de instrumentos bursátiles más propios de juegos de azar que de colocación del ahorro alimenta el fenómeno y convierte a los pesos pesados del mercado en auténticos chicharros.
¿Cómo explicar a un rentista que Telefónica, la compañía más capitalizada de la Bolsa española, es capaz de subir un día un 14% y bajar un 10% al siguiente, cuando tales porcentajes se conseguían, o perdían, históricamente al cabo de meses, incluso de años?
En las últimas seis semanas se ha producido, así, un hecho curioso. Los valores más importantes del mercado, como son Telefónica, los dos grandes bancos y las eléctricas han elevado el riesgo hasta niveles históricos, desconocidos. Los incrementos de volatilidad son tales que la prima implícita es superior a la de Terra, por citar un ejemplo concreto, o a la de la mayor parte de los valores que integran el denominado Nuevo Mercado.
La proyección que arrojan los títulos que siempre fueron considerados como seguros supone un freno a la entrada de dinero fresco al mercado. Los expertos consideran que la volatilidad debe encauzarse y abandonar aquellas compañías que, como norma, han figurado en las carteras de los grandes fondos de inversión y de pensiones.
Los analistas de mayor prestigio de la Bolsa española consideran que el río de la volatilidad seguirá desbordado algún tiempo más, porque, entre otras cosas, no abundan las gangas a pesar de los varapalos sufridos. Los resultados semestrales, dicen, no ayudan.
La teoría del 'malo, pero sincero'
Los que siguen el día a día de la Bolsa sufren episodios de ansiedad debido a los altibajos, nunca vistos hasta ahora, de los índices. Algunos predicadores de la inversión en acciones han enloquecido mientras la mayor parte de los intermediarios siguen fieles al viejo principio de no tirar piedras en tejado propio.
Los analistas están obligados a buscar recursos cada día para que la bicicleta de la Bolsa no se detenga. Por eso pedalean y pedalean. Antaño pusieron de moda la teoría de que a mayores PER mayores ganancias en las cotizaciones. El beneficio por acción estaba prohibido. Lo acertado era publicar pérdidas abultadas.
Estos mismos analistas se han inventado hoy la teoría de la sinceridad para desconcierto de propios y extraños. Consiste en aplaudir unos resultados malos, porque se ha dicho la verdad. ¿Qué se decía antes?, se preguntan gestores e inversores.
La ampliación de los casos de contabilidad creativa en Estados Unidos más allá de Enron ha sensibilizado a determinados analistas que han perdido el norte.