Resultados en alerta roja
Los dirigentes de las empresas que cotizan en la Bolsa española se han mostrado, desde siempre, reacios a seguir los hábitos de sus homólogos internacionales, especialmente en lo concerniente a adelantar proyecciones y cuantificar expectativas de futuro. En Estados Unidos y en los principales países europeos son muy frecuentes las advertencias sobre alteraciones, en uno u otro sentido, de los resultados venideros. Inversores y analistas toman buena nota de ello y actúan en consecuencia. Por eso, en Wall Street o en la City londinense se cotizan más las desviaciones de los resultados, según las expectativas manejadas con anterioridad, que los resultados en sí mismos, algo que con frecuencia trastoca la lógica del análisis bursátil y financiero.
Han sido los dos grandes bancos nacionales y Telefónica, como casi siempre, los primeros en incorporar a su metodología las costumbres foráneas. Y el mercado español se ha comportado del mismo modo que las Bolsas extranjeras. De este modo, lo determinante en la cotización bursátil de estos valores en la semana no ha sido la caída conjunta del orden del 11% que han experimentado las cuentas de resultados de los bancos o la adecuación de la contabilidad de la operadora a la normativa de Wall Street que le otorga pérdida contables, sino la revisión a la baja de la cifra de beneficio previsto. Los expertos consideran que el devenir de la Bolsa española estará marcada con este sello.
También manejan un argumentario amplio a la hora de explicar la caída de los resultados y el horizonte gris que se vislumbra. El deterioro de las expectativas empresariales lo fundamentan en la debilidad económica internacional, con cifras de crecimiento poco vigorosas, pérdida de confianza de consumidores y empresarios y, en el caso concreto del mercado nacional, por el añadido de la situación en Latinoamérica, que de nuevo ha vuelto a mostrar su cara más amarga.
La crisis argentina ha comenzado a extenderse como una mancha de aceite por el resto de una región en la que hay comprometidos, y no en todos los casos con coberturas hechas en los balances, muchos intereses de las principales empresas que cotizan en el Ibex, además de los dos grandes bancos y Telefónica. Repsol y Endesa son ejemplos claros. Los resultados presentados a junio salvan el tipo de forma aparente, porque son los extraordinarios derivados de las ventas de Gas Natural y Enagás, en el primer caso, y de Viesgo, en el segundo, los que han determinado el saldo final.
El empeoramiento de las cuentas de resultados de las empresas españolas más capitalizadas coincide en el tiempo, además, con una sensibilidad extrema de inversores y gestores acerca de las prácticas de contabilidad creativa de un número cada vez mayor de protagonistas en Estados Unidos y, en menor medida, en grandes empresas europeas. Un entorno que no resulta nada favorable para atisbar un cambio a mejor en la tendencia de los mercados.
A este respecto, muchos analistas han concentrado sus últimas esperanzas en el próximo 14 de agosto. En dicha fecha concluye el plazo dado por los reguladores estadounidenses para que las empresas presenten revisiones de sus balances sin serios riesgos de ser penalizadas por ello. A partir de ese momento, entra en vigor la ley que responsabiliza a los máximos directivos de las cuentas que registren las compañías. Lo deseable sería que no aparecieran nuevos escándalos, no tanto por no radicalizar aún más la desconfianza que ha llevado a los inversores a dar la espalda a los mercados en los tres últimos meses, como por fijar un punto de inflexión en la tendencia descendente de los mismos.
Un antes y un después, como un trazo en el tiempo, es lo que demandan los inversores para que la maquinaria de las Bolsas vuelva a funcionar con normalidad. Para ello es necesario que el resto de los reguladores del mundo se sumen a la iniciativa y hagan suyas las nuevas normas exigidas por la autoridad bursátil estadounidense a las empresas que cotizan en sus mercados. Europa no debe perder este tren.