Recuperar la normalidad
Algunos amables lectores me han comentado el contenido de mi última colaboración -'Escándalo contable'-, publicada en estas páginas el 2 de julio. Las interpretaciones dadas a aquellas líneas mías han sido diversas, pero todas ellas coincidentes en un punto: ¿qué hacer ante la situación? Cuando escribí el artículo todavía no se habían conocido otros casos que, por destacar alguno de los posteriores, hago referencia al caso Merk, que ha seguido el procedimiento de engordar las cuentas en más de 14.000 millones de dólares. Pero vuelvo a decir que no debemos otorgar el carácter de tragedia a lo que está acaeciendo.
El sistema acaba siendo más potente que las corruptelas, por muy graves que éstas sean. La observación de la realidad impone reordenar el pensamiento para reordenar la práctica, pero partiendo de un esquema mental lejos del fundamentalismo y próximo a lo que inteligentemente los italianos denominan 'el pensamiento débil' (véase las aportaciones realizadas por Gianni Vattimo).
Ante alguna perplejidad que he conseguido provocar, debo decir que la contabilidad como sistema de control, análisis, verificación, reflejo de la realidad patrimonial y operativa de las empresas es absolutamente necesaria. No es un procedimiento, una técnica que tenga el carácter de categoría histórica llamada a desaparecer, sino que inexorablemente fue necesaria ayer y hoy, e imprescindible mañana. Como muestra de mi confianza en esta técnica de conocimiento, defiendo desde hace muchos años la absoluta conveniencia de que en las facultades de Derecho se impartan cursos obligatorios de contabilidad.
Con ello mejoraríamos la capacidad profesional de los abogados; haríamos entender a los magistrados alegaciones con contenido de naturaleza contable, y posiblemente conseguiríamos deshacer el equívoco de que la Administración de Justicia no está para ocuparse de asuntos cuya clave radica en conflictos surgidos de la manipulación contable. Partiendo de esa necesidad de un sistema contable, con normas claras y universales, rigurosas en la exigencia y aplicación, alejadas de artificios imaginativos, podemos empezar a recuperar ciertos niveles de confianza, hoy bajo mínimos. Pero, repito, los errores son fuente de soluciones y el caos que atravesamos puede ser superado. Y ahora viene la carga positiva de mi posición.
Es posible que sea necesario cambiar normas reguladoras de la contabilidad y de la supervisión externa de la misma, pero lo que resulta más necesario es que cambie la conducta de quienes ejercen esas funciones. Varones esforzados (strenuus), hombres de principios (honestus) y espíritus abiertos a sus semejantes (humanus).
La aplicación de estas reglas de conducta es condición necesaria, quizá no suficiente, para modificar el rumbo de los acontecimientos. Si se me permite, debemos volver a la fórmula que aprendimos, que yo continúo intentando enseñar y que ha dado buenos resultados. Reglas que consisten en creer y practicar las bonae artes, es decir, las virtudes intelectuales y morales que se adquieren racionalmente, y que son buenas por su naturaleza y efectos; y artes, porque se aprenden y se practican. Sería tanto como poner el acento en comportamientos classicus assiduusque, es decir, clásicos y solventes.
Pero lo dicho, sin duda, no es suficiente. En nuestro entorno hemos conocido con satisfacción el proyecto de medidas a adoptar que tiene mucho que ver con lo que estamos hablando.
Desde el Ministerio de Justicia se está impulsando un marco legal que dificulte conductas erráticas, mediante la aplicación de normas dirigidas a reforzar los deberes de los administradores, exigir consejeros independientes, prohibir los blindajes, modelos de gestión ajustados, publicidad de pactos y otras complementarias.
Esta es la línea a seguir. Con satisfacción y esperanza advierto que la fuente, posiblemente, de estas propuestas y/o propósitos ha tomado la responsabilidad de convertirlas en normas obligatorias.