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Columna
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La influencia de los estudios de opinión

Si la clase política hiciera el mismo caso de las estadísticas sobre problemas cotidianos que el prestado a los estudios de opinión, los ciudadanos presenciaríamos, atónitos, cómo se potenciaba el empleo fijo de los jóvenes y se acababa con la especulación inmobiliaria para evitar la baja fecundidad, cómo se impulsaba y mejoraba la educación de los menores y cómo se favorecía la integración de los inmigrantes para reducir el alarmante incremento de la delincuencia, cómo se cambiaba la orientación de la televisión pública y de las políticas culturales para acabar con las corrientes de insolidaridad entre personas y pueblos y, en general, cómo se tocaban todas aquellas causas que, precisamente a través de la estadística, se sabe que determinan efectos indeseables.

Pero, parece que habremos de esperar a que la enérgica decisión mostrada por el Ejecutivo, al parecer basada en encuestas de opinión, que llevó a un amplio cambio de ministros y de candidato a la Alcaldía de Madrid, llegue a extenderse a campos sociales como los mencionados, cuestión lamentable porque, en buena medida, la opinión que los ciudadanos tienen sobre los diferentes políticos se basa lógicamente en la capacidad que éstos demuestran en la resolución de aquellos problemas que más afectan a su vida diaria.

Ateniéndonos a los rigurosos estudios que realiza el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el deterioro de la imagen del Gobierno es más que notable. En sólo los dos últimos años, el presidente Aznar ha bajado casi un punto en su calificación media y en la actualidad aprueba por los pelos con un 5,1 sobre los 10 puntos posibles; los ministros, que en el año 2000 aprobaban en más de la mitad de las ocasiones, en el último sondeo de mayo de 2002 suspendieron en su totalidad con la única excepción de Mariano Rajoy, que alcanzó la nada destacable nota media de un 5,2, e incluso cinco de ellos, entre los que se encuentran algunos de los cesantes, ni siquiera alcanzaban el cuatro como nota media.

Que, a pesar de la importancia de los poderes mediáticos, la imagen de los políticos deriva principalmente de su capacidad para afrontar problemas es algo que conocen bien tanto el Ejecutivo como la oposición, y la mejor prueba de ello es la actitud mantenida por los distintos líderes políticos durante el debate del estado de la nación, con repasos exhaustivos de cifras, enumeración de problemas y exhibición de soluciones inmediatas para todos y cada uno de ellos.

Sin embargo, en el debate se ha podido apreciar, una vez más, la tendencia de los líderes a no incurrir en lo que pudiera calificarse de políticamente incorrecto, a no reconocer errores que pudieran calificarse de debilidad, a dar tratamientos simples a problemas complejos (las soluciones policiales y judiciales son un ejemplo clamoroso de cómo no se afrontan las raíces de los problemas) y, en general, a ofrecer una imagen política agradable para los más amplios sectores de ese electorado que tiene la capacidad de elevarles al poder o descolgarles del mismo.

De este modo, la clase política ha desaprovechado en buena medida la posibilidad de proyectar sobre la ciudadanía, con la necesaria rabia y elocuencia, una problemática que, sin duda, y en contra de lo que parecen pensar, podría ser comprendida por todos. Veremos, cuando el CIS analice la opinión que han merecido las diferentes intervenciones de los líderes políticos, en qué medida ha salido reforzada su imagen, cuestión de la que también anda necesitado un líder de la oposición como Rodríguez Zapatero, que, en el último sondeo, sacó como nota media un cinco pelado.

Está muy bien que los sondeos de opinión cuenten en la toma de decisiones, pero si no se tiene en cuenta que la opinión, en definitiva, es el complejo resultado de situaciones reales en las que se encuentran personas y familias, de elementos ideológicos y culturales, así como de un cúmulo de circunstancias entre las que sin duda ocupa un lugar destacado la imagen mediática, estaremos cada vez más lejos de comprender la complejidad del mundo que nos rodea y, por tanto, de afrontar con la necesaria mezcla de imaginación y realismo los grandes retos que tenemos planteados.

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