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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Zapatero, la alternativa

El debate del estado de la nación cerró ayer el curso político, dejando en las filas del Congreso de los Diputados la sensación de que José Luis Rodríguez Zapatero empieza a tener condiciones de alternativa. El Gobierno recién remodelado ha visto cómo su presidente ha puesto el acento en un programa de reformas de corto alcance y escaso compromiso más que en la defensa de su gestión durante los dos años transcurridos de la séptima legislatura. Era, quizás, la consecuencia lógica derivada de una errónea medición del tiempo político, sólo achacable a la decisión de José María Aznar de asistir a una especie de evocación de su investidura más que a una rendición de cuentas. Esta estrategia ha dejado en mal lugar, sin nadie que les defienda, a los seis ministros que cesaron en la reciente crisis y puede haber generado dudas entre los que permanecen sobre la coordinación de tareas y la cooperación con el líder del Ejecutivo.

Después de dos días de debate, el Gobierno sólo ha conseguido el apoyo del PSOE en la lucha contra el terrorismo y en la política exterior o, más exactamente, en la actitud con la que encarar el nuevo escenario abierto en el País Vasco tras la reactivación del frente nacionalista y en la condena a la ocupación por Marruecos del islote Perejil, esta última respaldada por la casi totalidad de las fuerzas políticas. El contraste de pareceres sobre el resto de las áreas de gobierno, más visible que en ningún otro debate gracias a la reconciliación de Zapatero con su propio electorado, ha sido aprovechado por Aznar para anunciar una batería de reformas que abre serios interrogantes sobre la eficacia de su gestión en el pasado reciente.

El compromiso de perseguir de forma más activa la delincuencia en los planos legal, policial y penitenciario cuando hace sólo unos meses el presidente negaba el problema, evidencia hasta qué punto la negación de la realidad es un sinsentido. Lo mismo sucede con las promesas hechas por Aznar para mejorar la calidad de la educación y la sanidad públicas, precisamente cuando sus competencias se encuentran ya transferidas a las distintas comunidades y el proceso de traspasos no estuvo presidido por el diálogo. La oferta de acuerdo a la oposición para encauzar la reforma de la financiación de los ayuntamientos o la disposición trasladada a los sindicatos para recuperar la paz social tienen un recorrido incierto porque encuentran como antecedentes señales inquietantes de un empleo abusivo de la mayoría absoluta. No hay que olvidar que la huelga general del pasado 20 de junio, cuyos motivos Aznar ha preferido silenciar en el debate, llegó precedida de tensiones con los principales sectores implicados en la enseñanza, la jerarquía eclesiástica, los representantes de las Fuerzas de Seguridad del Estado, los jueces y otros colectivos sociales descontentos con la acción del Gobierno.

El presidente tampoco ha conseguido coronar su examen ante el Parlamento recuperando la confianza de CiU, a pesar del apoyo mostrado ayer a una docena de iniciativas testimoniales promovidas por esta coalición, que en nada comprometen los planes del Ejecutivo. Los nacionalistas catalanes, socios leales del PP desde 1996, dieron ayer por ganador a Zapatero y expresaron su escepticismo ante la oferta de colaboración que Aznar ha vuelto a dirigirles.

El presidente no sólo no ha logrado disipar la soledad parlamentaria en la que tendrá que recorrer la segunda mitad de la legislatura, sino que difícilmente va a poder evitar a partir de septiembre que en los ambientes económicos se instale esa sensación de inercia que acompaña a todo clima preelectoral. Los movimientos que los partidos harán para situarse ante la cadena de consultas previstas -autonómicas y locales, catalanas y, tal vez, andaluzas, en 2003, además de las legislativas de 2004-, sumados al proceso de sucesión en el principal cartel electoral del PP, aportan pocas esperanzas de sosiego político. En este sentido, la recuperación del efecto Zapatero supone, además, un serio aviso para quien hasta ahora presumía de tener todo atado y bien atado gracias a la falta de alternativa.

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