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Tribuna
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El agujero exterior

El fuerte crecimiento del déficit corriente, que en los cuatro primeros meses de este año acumula ya más de 5.300 millones de euros, un 54% más que en el mismo periodo de 2001 y casi el 1% del PIB nacional, no sólo abre ciertas dudas sobre la 'buena respuesta' que España está dando a la crisis internacional, de la que alardeaba el presidente del Gobierno en el debate sobre el estado de la nación, sino que amenaza con añadir un lastre adicional al crecimiento de una economía en la que permanece estancada la demanda de inversión y en la que se esperaba que el sector exterior volviera a contribuir con tasas positivas.

Dos son los factores principales que han contribuido a disparar el saldo negativo de la cuenta corriente: la caída en los ingresos por turismo y el fuerte crecimiento en el déficit de rentas. De ellos, este último entraba, en cierto modo, dentro de las previsiones como consecuencia de la caída de los dividendos derivados de las inversiones en el exterior, afectadas por la crisis económica internacional y en especial por la grave recesión de América Latina.

Más preocupante parece, sin embargo, el retroceso en el superávit turístico. El 8,2% de caída acumulada entre enero y abril se ha comido la totalidad de la mejora del déficit comercial en el periodo, cuando tradicionalmente el excedente del turismo ha servido para financiar el desequilibrio en nuestros intercambios comerciales. Y se produce, además, este deterioro en un contexto general de crisis del sector, afectado por un importante descenso en la ocupación y en las reservas en plena temporada de verano que no invita a pensar, precisamente, en una recuperación que permita cumplir las previsiones en llegadas y en ingresos.

Cierto es que hay factores externos como la ralentización de la economía alemana o el impacto del 11 de septiembre que todavía siguen afectando negativamente a la actividad turística. Pero, junto a ellos, persisten factores internos, especialmente en materia de precios, que exigen una urgente corrección. Que los precios hoteleros hayan crecido en el primer semestre un 9,3%, casi cuatro veces más que el IPC general, no parece una respuesta coherente frente una situación de desaceleración de la demanda y menos aún cuando, como ahora ocurre, se traduce en una pérdida de competitividad que está contribuyendo decisivamente al deterioro del sector exterior de nuestra economía.

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