Reflexiones tras un día de pánico

La de ayer fue una clásica sesión de pánico, en la que los inversores venden antes de preguntar por qué ven que eso es lo que hacen los demás. Los retrocesos fueron los mayores desde los atentados contra Estados Unidos el 11 de septiembre, y eso que no había justificación para semejante sangría. Más allá, lógicamente, de la propia dinámica bajista.

Las lecturas son negativas, como el hecho de que la Bolsa perdiese sin pestañear niveles que dejan el índice como hace cinco años. O la escasez de volumen de negociación. A priori, la falta de negocio significa que el dinero vendedor no ha sido excesivo. Pero también se puede interpretar mal.

Comentan los gestores que uno de los problemas del mercado actual es que sigue habiendo dinero atrapado a precios altos, de inversores que no asumen las pérdidas. Este capital es susceptible de ser vendido en cualquier momento y, por tanto, capaz de cortar cualquier recuperación si la subida deja las cotizaciones a niveles donde estos inversores atrapados consideran que las pérdidas son asumibles.

Por eso caídas como la de ayer, de difícil justificación, son vistas como un arma de doble filo. Es preferible que la Bolsa suba a que retroceda, pero, si el mercado es bajista, son preferibles descensos violentos que subidas como la del viernes 5, porque hacen pensar que el fondo está más cerca.

Ahora bien, el sobresalto que producen estos movimientos en las Bolsas es de consecuencias difícilmente predecibles. Desde el riesgo de que la huida del dinero de los activos desemboque en un credit crunch hasta la distorsión económica que produce el retroceso del dólar.

Hubo rumores de intervención de la Reserva Federal. Son señales de que el mercado está algo más sobrevendido, de que el inversor ya capitula. Pero todo dependerá de los resultados empresariales.