Zaplana, un barón para recomponer el diálogo
De alcalde de Bernidorm en 1991 a ministro de Trabajo. La carrera política de Eduardo Zaplana (Cartagena, 1956) ha sido un continuo ascenso. Procedente de la extinta UCD, recaló en el PP y desde 1995 ocupa la presidencia de la Generalitat Valenciana, que le arrebató al socialista Joan Lerma. En 1999 renovó, esta vez con mayoría absoluta, y se convirtió en postulante a presidente del Gobierno central.
Zaplana, un hombre de reconocida habilidad política y una oratoria a prueba de oposiciones, ha sabido combinar a la perfección el populismo político -su escaparate de grandes obras y parques temáticos disimula grandes carencias en sanidad y educación- con logros esenciales como la creación de infraestructuras turísticas y de transporte, el impulso de imagen de la comunidad que preside y los buenos indicadores económicos y de empleo.
Durante la mayor parte de su gestión, ha conseguido un crecimiento económico superior a la media española, gracias en parte a un incremento del gasto público por encima de la moderación que propugnaba Aznar. Valencia es hoy la comunidad más endeudada en relación a su PIB, pero también una de las más envidiadas por su situación económica. Y Zaplana sabe que lo segundo es lo que da votos.
Casado y con tres hijos, este político astuto e hiperactivo ha contado siempre con el aval de Aznar, a quien conoció personalmente en Valladolid en 1988. Sus colaboradores más cercanos lo sabían: la gestión al frente del Gobierno autonómico no era suficiente para un animal político como Zaplana. Ahora tendrá que lidiar con los sindicatos y trabajar para recomponer el diálogo social.