EE UU: El ciclo y las irregularidades
Consumo privado y productividad han diferenciado la última recesión. Carlos Sebastián analiza los últimos datos que llegan de EE UU y muestra sus dudas sobre la intensidad y duración de esta crisis de confianza
Aunque la tozudez de la historia ha puesto en su sitio a los que anunciaban el fin de los ciclos económicos (y nos tildaban de economistas anclados en viejas teorías a los que pensábamos lo contrario), es verdad que la reciente recesión ha tenido características diferentes que las anteriores. Como suele ocurrir, pues los ciclos casi nunca son iguales. Los dos aspectos más importantes de la última recesión son: el consumo privado ha mantenido un ritmo relativamente alto en todo el proceso, la productividad se ha desacelerado menos que en otros procesos recesivos. Ambos factores han contribuido a la suavidad de la recesión.
Los últimos datos, sin embargo, generan ambivalencia. Por un lado, los datos de producción indican recuperación y el deterioro del mercado de trabajo parece estar acabando. La producción industrial lleva tres meses aumentando, aunque la tasa interanual de variación de esta variable siga siendo negativa y los indicadores adelantados del sector siguen dando señales positivas. En el mercado de trabajo, el dato de ayer no es malo, pues aunque la tasa de paro haya aumentado una décima, se ha creado empleo no agrícola por tercer mes consecutivo y la destrucción de empleo en el sector manufacturero ha bajado.
Pero, por otro lado, el consumo está empezando a flaquear. La confianza de los consumidores ha vuelto ha empeorar y se está desacelerando el gasto de las familias. Y, desde luego, la inversión empresarial está lejos de recuperarse. El clima de inseguridad parece haberse instalado en los americanos. Inseguridad respecto a los avatares bélicos (ya sean terroristas o acciones de su propio gobierno en el exterior) e inseguridad acerca de algunas instituciones de los mercados financieros.
Las irregularidades de las empresas que cotizan en Bolsa, en cuyos títulos de propiedad muchos americanos habían depositado sus ahorros, no sólo representan el fin definitivo de la burbuja de finales de los noventa (fin que ya había anunciado a principios de 2000 el profesor Schiller en su excelente Exuberancia irracional), sino que alimenta el desconcierto de millones de ahorradores. Aunque la caída de las cotizaciones bursátiles en estos meses, recientes y próximos, vaya a ser menor que la que se produjo entre marzo de 2000 y verano de 2001, el impacto de la actual crisis sobre la confianza de las familias puede llegar a ser mucho más profundo. Entonces cabía el recurso de 'lo que baja, volverá a subir; es cuestión de esperar'. Ahora la situación es: 'Lo que ha bajado puede que ya no valga nada'. El propio debilitamiento del dólar, consecuencia de la crisis, alimenta la desconfianza.
Es difícil valorar la intensidad y la duración de esta crisis de confianza. Pero si se mantiene, no podemos esperar una recuperación muy firme de la economía americana en los próximos meses, lo que llevaría a acabar el año con una tasa de paro por encima del 6% y un crecimiento por debajo del 2%. Esto sería, además, una mala noticia para Europa, que ante el vacilante comportamiento de su demanda interna está esperando, como agua de mayo, el empuje del sector exterior. Un escaso crecimiento de la economía americana y un dólar débil no contribuirán a recuperar las exportaciones europeas.