¿Por qué regresó Jordan?
El pasado otoño, miles de neoyorquinos vencieron el miedo desatado por la nueva alerta de atentado lanzada por las autoridades estadounidenses y acudieron al Madison Square Garden a jalear a su equipo en el primer partido de la nueva temporada de la liga de la NBA. Frente a ellos, los Wizards de Washington. Los neoyorquinos, como cabía esperar, aplaudieron con entusiasmo a sus propios jugadores, pero también tuvieron la grandeza de ponerse en pie para celebrar la vuelta a la cancha del mayor de sus enemigos, el más temido, el mejor, el 23 de los Wizards, Michael Jordan.
¿Que es lo que movió a Jordan a volver? ¿El dinero? ¿El honor? ¿La gloria? Los analistas deportivos americanos no se ponen de acuerdo. Yo tengo para mí que a Jordan le sobran fama y dinero -de hecho ha donado su salario de toda la temporada al fondo de ayuda a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre-, y que volvió porque le gusta lo que hace; porque le gusta la cancha, le gusta su equipo y le gusta el baloncesto. Su empeño por poner el nombre que lleva a la espalda al servicio del que lleva inscrito en el pecho de su camiseta está por encima de sus 38 años. También por encima tanto del desgaste profesional -ése que provocan triunfos y fracasos mal digeridos, objetivos mal planteados, entrenadores incompetentes y conflictos de equipo mal resueltos-, como del físico, el desgaste de sus rodillas. Además, como decía de él un compañero: 'Ahora juega menos minutos, pero encesta los mismos tantos'.
La foto de esta temporada podría ser la foto de un Jordan tras el partido, sonriente a pesar de la derrota y con las rodillas envueltas en hielo: la foto de un jugador apasionado. La motivación, como los dones, es una de esas prendas mágicas que sólo la vida nos puede regalar. Y es intransferible, como lo son los dones. Es también un tesoro a cuidar con mimo, porque se aja con facilidad, y recomponerla es una tarea laboriosa y muchas veces imposible.
Hace poco leí en un libro que existen, entre otros, dos tipos de decisiones que toman los profesionales con respecto a sus empresas. Por un lado, la decisión de pertenecer, que conforma lo que llaman motivación de pertenencia y que supone que la decisión de quedarse en la compañía tiene más fuerza que la decisión para abandonarla; por otro, la decisión de producir, que exige del sujeto un cierto grado de esfuerzo para realizar las tareas en las condiciones establecidas, y que determina la motivación de producción. La motivación de pertenencia evita a las empresas altos índices de rotación, y a los individuos, que busquemos constantemente nuevos trabajos; la motivación de producción aumenta la calidad y el rendimiento y de paso nos produce satisfacción verdadera. La situación ideal para el profesional es que ambas se encuentren altas y equilibradas. De no ser así, es muy importante saber que tener una aceptable motivación de pertenencia nos acomoda ante el cambio de trabajo y una baja motivación de producción quizá sea la situación profesional que más perjudica al individuo. Los males más comunes que nos aquejan en el mundo empresarial, estrés, ansiedad, síndrome del domingo por la tarde, burn out..., provienen de ese desequilibrio.
Tener la oportunidad de desarrollar nuestro talento es una suerte, buscar la satisfacción en las cosas que producimos es una responsabilidad. No sólo interesa saber si estamos motivados por el contenido de nuestro trabajo, sino si estamos motivados para realizar las tareas con un alto rendimiento.