Optimismo y realidad
Los líderes de los ocho países más industrializados del mundo han expresado en el enclave canadiense de Kananaskis su optimismo respecto al inmediato futuro de las principales economías, salvo por la preocupación que suscita Japón y por la constatación de que debe hacerse mucho más para impulsar el crecimiento de los países pobres, asunto este último relegado en la agenda por el debate abierto sobre el plan de EE UU para Oriente Próximo.
El mensaje del G-8, el mismo que reunión tras reunión sale de este tipo de cumbres, ignora así la crisis de confianza de los inversores, la caída generalizada de las Bolsas, la inestabilidad financiera que acosa América Latina, el retroceso en los acuerdos de Doha ante el aumento del proteccionismo comercial, la rápida depreciación del dólar y las demás incertidumbres que pesan en estos momentos sobre el desarrollo de la economía internacional. Los principales líderes mundiales quizá celebraban por anticipado el dato definitivo de crecimiento del PIB de EE UU en el primer trimestre (6,1%), pero a fuerza de repetir mensajes que ignoran la realidad, el G-8 acaba perdiendo credibilidad a ojos de los inversores y de los mercados internacionales.
La cumbre que ayer concluyó en Canadá sí adoptó una importante decisión: la integración de Rusia al grupo de las principales potencias mundiales como miembro de pleno derecho. Pasa, pues, a la historia el G-7 y se constata el nuevo orden mundial, que otorga la calificación de economía de mercado a un país que hasta el pasado miércoles impedía a sus ciudadanos ser propietarios de tierras destinadas a la explotación agrícola. La aproximación de EE UU a Rusia es un hecho que se traducirá, entre otras cosas, en su próxima incorporación a la Organización Mundial del Comercio (OMC), pese a las deficiencias que aún presenta la ex potencia para la legalidad comercial internacional o en la financiación de su plan de destrucción de parte del arsenal nuclear. Pero las prioridades políticas de Washington son las que son y la reunión de Kananaskis no ha sido sino un reflejo de la agenda política estadounidense.
Esas mismas prioridades son las que limitan la declaración respecto a la crisis argentina a insistir en un acuerdo entre las autoridades de Buenos Aires y el Fondo Monetario Internacional (FMI), una posibilidad que cada día que pasa parece más lejana y que, mientras tanto, recrudece la fractura política y social en el país suramericano. Para Brasil, una expresión de apoyo y confianza, sin ningún margen abierto a nuevas ayudas financieras.
El estallido del escándalo de Worldcom coincidió con la llegada del presidente de EE UU, George Bush, a la cumbre, pero el asunto sólo fue 'mencionado' en la reunión del G-8 pese a la evidente preocupación que el tema suscita entre los agentes económicos. Pero la economía mundial reclama medidas comunes que calmen la desconfianza y la incertidumbre del momento.