'Nous sommes parti pour la gloire?'
Recordaba un buen amigo entregado a las tareas de la Unión Europea la expresión utilizada como título de esta columna, 'nous sommes parti pour la gloire', a la que recurren los franceses cuando quieren solemnizar algún acierto cargado de futuro. Aquí figura entre interrogantes porque la jornada de ayer debiera servir para que todos nos sintiéramos interpelados e hiciéramos el ejercicio de responder si zarpamos hacia la gloria o hacia dónde.
Recordemos. Hubo propuesta de reforma, hubo rechazo sindical y convocatoria de huelga, hubo decretazo del Consejo de Ministros, hubo desacuerdo en los servicios mínimos y ayer hubo lo que hubo y, además, lo que cada uno vio por sí mismo con el añadido de las narraciones siempre interesadas de los protagonistas -Gobierno y centrales- y de los ecos ofrecidos por los medios de comunicación con sus respectivos y previsibles sesgos más o menos descarados. Pero la cuestión a considerar es hacia dónde vamos de aquí en adelante, una vez fijada la fecha de caducidad de Aznar.
En todo caso, para el ministro portavoz, Pío Cabanillas, la madrugada era tan clarividente que le permitía negar sin más la existencia de la huelga general. Esa fue desde las cero horas de ayer la tónica de los medios de obediencia gubernamental en un asunto, el de la huelga general, donde el Gobierno era uno de los contendientes. Porque, como recordaba nuestro colega Carlos Humanes, mientras en las huelgas ordinarias las partes en conflicto son los trabajadores y los patronos de una empresa o de un sector productivo, en las huelgas generales los contendientes son las centrales sindicales convocantes y el Gobierno del país.
Así que de ese Pío cabría deducir el propósito de ningunear al adversario. Una actitud retadora a la que propende desde su última victoria electoral el partido aznarí, según feliz acuñación del impagable Luis María Anson en su canela fina. Porque los de a pie podríamos temernos que la negación absoluta de la huelga terminara por invalidarla y llevara a sus promotores a esforzarse más de nuevo para impulsar otra que nadie les pudiera discutir.
Cuánto más inteligente hubiera sido intentar una aproximación templada ateniéndose a los esfuerzos desplegados por el Gobierno para que cada uno de los trabajadores se encontrara en condiciones de decidir sin coacciones su libre opción ante el llamamiento de ayer. Del ministro portavoz se hubiera esperado en su temprana declaración el ofrecimiento de garantías en el ámbito del orden público y el reconocimiento adelantado de que los sindicatos compartirían esa misma posición favorable al ejercicio de libertades cívicas consagradas en la Constitución que a todos ampara.
Cuántas veces honrar al adversario redunda en favor de la propia causa, mientras que tenemos comprobado en circunstancias diversas cómo la victoria absoluta, en las urnas o donde sea, es capaz de engendrar las más penosas y aciagas cegueras.
El ministro podría haber dado por supuesto que en ese objetivo primario era seguro que coincidirían los sindicatos, interlocutores privilegiados del Gobierno en tantas ocasiones anteriores. Podría haber reparado en que del mismo modo que ningún Gobierno puede responder al cien por cien de sus fuerzas del orden aunque se mantenga en disposición de depurar cualquier exceso detectado, los sindicatos serían los primeros interesados en reaccionar frente a cualquier extralimitación de los piquetes.
Los resultados deben medirse en relación con las expectativas y buscar comparaciones con anteriores convocatorias es aceptar tristes consuelos. La reflexión debería indagar si era imaginable que los campeones del diálogo social terminaran confrontados a la convocatoria de una huelga general.
Dicen que la reforma adoptada nos conviene aunque ahora que somos pequeñitos no sepamos apreciar el bien que se nos hace en esta santa casa, como cantábamos en el patio del colegio en nuestros pasados tiempos de escolares. Pero en política es muy peligroso tener toda la razón y quedarse aferrados a la razón en medio de la soledad, porque a medio plazo sin acompañamiento nada es posible.
Ahora convendrá atender las conclusiones que vayan a establecerse. Cuidado con las reacciones viscerales propensas a la administración del escarmiento. Aquello de quien me eche un pulso lo perderá se demostró que era una prepotencia inductora de muchos desatinos y nuestro país los pagaría a un alto precio. Cuánto mejor encajar con buen ánimo y lograr que todos salven la cara en una España vertebrada.