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Columna
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Esperando a Bush

Cada vez que George Bush se prepara para anunciar su 'visión' del conflicto palestino-israelí, los terroristas de Hamás, la Jihad Islámica y los Mártires de Al Aqsa se encargan de trastocar sus planes con un nuevo atentado en Israel. Dos veces esta semana, Bush se ha visto obligado a aplazar la presentación tras los sangrientos ataques de los extremistas palestinos en Jerusalén, causantes de la muerte de 26 personas, en su mayoría escolares, y de decenas de heridos. En esas circunstancias era impensable presentar un plan de paz, que contempla, entre otros, la creación de un Estado palestino 'interino', sin fronteras definidas, y que precisa para su viabilidad de una mínima aceptación por Israel. Ariel Sharon expresaba el sentir de la población israelí cuando se preguntaba el martes, en el lugar del atentado, si se podía hablar de la creación de un Estado palestino que acogía en su seno a organizaciones terroristas juramentadas para destruir a Israel.

Y, sin embargo, Bush ni puede ni debe esperar más. La situación lo demanda, si se quiere evitar una situación, en lenguaje de la guerra fría, de 'destrucción mutua asegurada'. Lo dramático para Bush es que, en la búsqueda de posibles soluciones al problema de Oriente Próximo, se encuentra coartado por su propia dinámica de 'guerra sin cuartel al terrorismo allá donde se encuentre', derivada del 11-S. Israel pregunta, con cierta lógica, por qué EE UU puede atacar al terrorismo de Al Qaeda en Afganistán o allá donde se encuentre y los israelíes no pueden defenderse en su propio territorio. Y esa pregunta cala hondo no sólo en la opinión pública estadounidense (pro israelí), en el Congreso y, lo más grave, entre los colaboradores cercanos a Bush, incluidos su vicepresidente, Dick Cheney; su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y su asesora de seguridad nacional, Condoleeza Rice. Sólo el secretario de Estado, Colin Powell, mantiene la necesidad de avanzar por la vía de la negociación, aunque prosigan los atentados.

El plan de la Casa Blanca es un compendio de las propuestas presentadas en los últimos meses por 'el cuarteto de Madrid' (EE UU, la ONU, Rusia y la UE), Arabia Saudí y la cumbre árabe, así como las sugerencias del presidente egipcio, Hosni Mubarak, y el rey de Jordania. Incorpora, asimismo, parte de una propuesta palestina, presentada esta semana a Powell, en la que, por primera vez, no se exige el retorno de los refugiados y se acepta la soberanía israelí sobre los lugares sagrados judíos del Jerusalén Este. El plan prevé la creación de un Estado palestino 'provisional' en Gaza y una parte de Cisjordania, que sería reconocido por la ONU, pero que carecería de fronteras definidas hasta culminar el proceso de paz. La proclamación de ese Estado 'interino' debería estar precedida de una reforma en profundidad de la Autoridad Nacional Palestina, que unificara sus hasta ahora profusos servicios de seguridad, y la elección de una Asamblea para redactar una Constitución democrática. ¿Aceptarán los duros de ambos lados el nuevo plan de EE UU y de la comunidad internacional? El rechazo de los grupos extremistas palestinos y de los partidos ultrarreligiosos israelíes está garantizado. A estos últimos les puede embridar Sharon, aunque sea a regañadientes. Hace falta ver si la mermada autoridad de Arafat puede aún imponerse a los primeros. Quizás el rais añore ahora las ofertas de Clinton y Barak en Camp David y en Taba, más sustanciosas que las que va a proponer Bush.

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