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Columna
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¿Adónde vamos a llegar?

Imagínense que nuestro vicepresidente Rajoy comparece solemne en el Congreso de los Diputados y nos anuncia que en cualquier momento vamos a sufrir un atentado terrorista que dejará pequeña la brutalidad de las Torres Gemelas. Me imagino que al día siguiente todos pediríamos su dimisión por haber originado una inmensa alarma social y haber acrecentado mediáticamente el chantaje terrorista.

Esto no lo hará nunca Rajoy, como no lo haría ningún ministro europeo. Sin embargo, lo hace el vicepresidente estadounidense, Dick Cheney, y éste parece ser el diseño sobre la seguridad internacional que trata de explicarnos el presidente Bush en su gira europea.

Es evidente que estamos ante un discurso político y estratégico que pretende hacer de la seguridad y del terrorismo un cuerpo de doctrina totalizador. La economía, las relaciones exteriores, la emigración, la información, las religiones..., todo, aparentemente todo, hay que interpretarlo en términos de seguridad y de riesgo terrorista. Es el 'eje del mal' trasladado a un discurso estratégico que pretende conformar un comportamiento mundial determinado: de un lado, quienes aceptan esta visión y cooperan; del otro lado, quienes lo contestan y devienen aliados difusos o simplemente potenciales enemigos. æpermil;ste parece ser el momento internacional que estamos viviendo.

No va a ser fácil encontrar el punto de equilibrio entre la necesidad incontestable de luchar contra el terrorismo y aumentar el nivel de seguridad de nuestros ciudadanos con otros problemas que también conoce el mundo y necesitan, sobre todo, cooperación y apertura de espíritu. Es la contraposición entre el discurso de Aznar y el del presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso en la Cumbre UE-América Latina.

Por el lado de Aznar, la agenda mundial empieza y acaba en el terrorismo; por el lado de Cardoso, el terrorismo y la seguridad son muy importantes, pero se necesita también diseñar una agenda de la esperanza. Insisto, no va ser fácil.

Me temo que se va a pretender escenificar en la próxima Cumbre de Sevilla de la UE que no hay otra solución que afanarse para aceptar el momento político norteamericano. Mejor no irritarlos y aceptar las nuevas reglas del juego. Además, conscientes de que la extrema derecha tiene su granero ideológico en la inseguridad y la inmigración, habrá que llevar hasta el límite el discurso de la protección frente a los riesgos de la inmigración. Así se entienden las noticias que nos llegan de Londres respecto a las intenciones del Gobierno británico de utilizar las fuerzas armadas contra la inmigración ilegal y sancionar a los países que no cooperen en el control de la misma. Seguramente se trata de un efecto de anuncio de medidas que no se aplicarán nunca, pero que demuestran que Tony Blair está dispuesto a todo. Esto tranquiliza a la opinión pública y se supone que deja a la extrema derecha sin argumentos. Me imagino que habrá otros jefes de Gobierno que seguirán esta línea. Al fin y al cabo, en Sevilla habrá en la cumbre cuatro jefes de Gobierno -italiano, austriaco, danés y, a lo mejor, el holandés- que lo son gracias a que tienen la extrema derecha en el Gobierno. No hay que dejarles hueco para que confirmen sus postulados.

El problema es que el ejercicio tiene un límite, salvo que entremos en una competición que nos lleve a hacer creer a los ciudadanos que éste es el mundo que nos espera. Francamente, no veo que sea una solución para los intereses españoles desplegar la Legión en el Estrecho, montar cada kilómetro un nido de ametralladoras y enviar quien se acerque sin papeles una ráfaga de aviso y, si la patera persiste en avanzar hacia la playa, aplicarle lo que mandan las ordenanzas en estos casos.

Tampoco creo que el elemento sancionador sea una solución fácil de aplicar. Si fuera así, tendríamos que clausurar la política euromediterránea porque tendríamos que suspender la cooperación económica, financiera y comercial desde Marruecos hasta Turquía. En menor o mayor grado todos los países mediterráneos son exportadores de inmigración ilegal. Tampoco veo, habiendo trabajado muchos años en el África negra, qué obtendríamos sancionando a algunos de los países más pobres de la tierra.

Pero en ésas estamos. ¿Adónde vamos a llegar?

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