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Crónica de Manhattan
Crónica
Texto informativo con interpretación

Bush despista a su partido

E l presidente se encuentra justo donde no quería'. Es el comentario de muchos de los analistas políticos que han visto como desde el comienzo de su legislatura George Bush ha tratado de mantenerse al margen del conflicto de Oriente Medio y, sin embargo, ahora está jugando un papel de árbitro. Bush está haciendo muchas cosas que no estaban previstas pero muchas más que nunca quiso hacer. Lo sorprendente es que los avatares del poder le han llevado a tener más críticas por su derecha que por la izquierda.

Algunos congresistas republicanos están públicamente enojados con sus últimas decisiones. En concreto, algunos de los representantes en la cámara baja han dicho ya que votarán en contra de conceder al presidente la Autoridad Comercial (TPA, en sus siglas en inglés) en los términos en los que está redactada la ley que venga del Senado. En esta misma cámara alta, la semana pasada muchos republicanos votaron en contra de los nuevos incrementos a los subsidios a la agricultura que el presidente ha dicho que firmará.

Y no es que Bush, que doctrinalmente está a la derecha de su padre el ex presidente George Bush, se haya planteado centrar su presidencia como resultado de su apretada y discutida victoria electoral. No. El actual presidente de los EE UU ignoró que irónicamente el demócrata Al Gore había perdido las elecciones con más votos que él y sus primeros pasos en la Casa Blanca fueron una reafirmación de sus ideas: rechazo al tratado de Kyoto, resolución unilateral del tratado de misiles antibalístico, fuerte reducción de impuestos y lo más comprometido, los nombramientos, en especial el del fiscal general del Estado, John Ashcroft.

Pero la realidad ha hecho aterrizar al presidente en el campo del pragmatismo. La primera realidad, es la mayoría demócrata en el Senado, un grupo que salvo en su apoyo a Israel y en la llamada guerra contra el terrorismo, ha hecho matizar casi todas las leyes que han pasado por la cámara alta. La segunda es la campaña electoral. En noviembre se renuevan parte de los asientos del Congreso y ambos partidos quieren la mayoría en las dos cámaras además de ganar cuantos más gobernadores de Estado. Con la vista puesta en los comicios de otoño, Bush intenta escorar los votos de Estados disputados mediante medidas como la imposición de tarifas al acero o imponiendo candidatos moderados que puedan atraer el voto de los más indecisos pero de su izquierda. Además y en pleno escándalo Enron, Bush, que recibió dinero para su campaña de esta empresa, firmó una nueva ley electoral que prohibía este tipo de donaciones, y que muchos republicanos ven como inconstitucional.

En el partido de Bush se contempla con frustración como el presidente ha desaprovechado el tirón de popularidad que le dio la respuesta a los atentados del 11 de septiembre, y mientras ésta se debilita, todos los intentos por hacer su agenda de trabajo más doméstica, se ven abocados al fracaso por Oriente Medio, un conflicto en el que al presidente tampoco se le ha visto seguro hasta que recientemente ha rechazado dar un cheque totalmente en blanco al primer ministro israelí Ariel Sharon. Más pragmático. Menos electoralista.

Los republicanos temen que Bush haya perdido credibilidad en la derecha y que eso aúpe a los demócratas por la vía de la abstención de su electorado. Y están enfadados.

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