El fútbol, amenazado
Un fantasma de inestabilidad recorre Europa y afecta fundamentos tan sólidos de nuestras sociedades como el fútbol. El deporte del balompié, que tanto contribuyó a la vertebración de las naciones, se halla en situación muy comprometida. Por todas partes se anuncian desastres empresariales en el ámbito de las plataformas digitales de las televisiones de pago -en Alemania, Kirch; en Gran Bretaña, ITV, y así sucesivamente- y aquí mismo anteayer se fusionaban Canal Satélite Digital y Vía Digital para salir de las dificultades que representaba para su supervivencia en la prosperidad la aventura de la competencia que tanto se pondera en la economía de mercado.
Dictaminan los expertos, siempre dispuestos a presentar a toro pasado las decisiones que convienen a sus clientes en términos de racionalidad económica ineludible, que esas desapariciones o fusiones resultan de las leyes del mercado, pero, como señalaba José García Abad en el programa Hora 25, de la Cadena SER del pasado miércoles, queda todavía pendiente que nos expliquen, más allá de las cuentas de resultados de las empresas, los beneficios que nos esperan a los de a pie como resultado del monopolio de la oferta.
En todo caso, la captación de abonados dejará de hacerse en esas condiciones cada vez más atractivas que impone la competencia y la contratación de contenidos se hará fuera del sistema de subasta al alza interminable tan lucrativo para los proveedores. Y ahí es donde empiezan a asomar los efectos, que se barruntan inmediatos y letales, sobre la economía de los clubes de fútbol instalados en los últimos años en ese edén maravilloso donde era posible alimentar sus despilfarros con el recurso creciente de sus derechos televisivos, verdadero maná que creyeron ingenuamente inagotable. Se ha pinchado otra burbuja como consecuencia del fin de las fantasías de las nuevas tecnologías y se anuncia el aterrizaje en el refugio de los antiguos valores. Los presidentes de clubes volverán a ser constructores adiestrados en la recalificación urbanística, empeñados en dar cumplimiento a la consigna de 'la tierra para el que la recalifica'.
Atentos, pues, a las propuestas que de nuevo van a cundir para edificar complejos inmobiliarios sobre los terrenos de los actuales estadios, siempre presentadas en términos de grandes ventajas para la ciudad de que se trate, sobre la base de torres interminables con jardincillos y mobiliario urbano a base de bancos, papeleras y toboganes para delicia de mayores y pequeñitos según se anticipará en preciosos folletos a todo color impresos en papel couché.
Entre tanto, las estrellas del momento, remuneradas con miles de millones, quedarán fuera de los alcances de los clubes, serán insostenibles y alcanzarán la velocidad de escape, serán vistas como causantes de las pérdidas, entrarán en fase de enfriamiento y terminarán como irrelevantes meteoritos, mientras va oscureciéndose el firmamento. Su futuro será el que nos vaticinaba Julio Cerón. Quedarán 'arrumbadas por el viento de la Historia en la playa de la insignificancia'.
Pero además asistimos a una nueva comprobación del principio de que no hay miseria digna. Las penurias inminentes han venido presagiadas por otras vergüenzas encubiertas que ahora cobran lacerante visibilidad. Nos referimos a los desvaríos del entusiasmo hasta la ofuscación de la violencia.
El fútbol, como el moderno cultivo de otros deportes, era deudor en sus orígenes a ese espíritu del fair play al que tanto potencial educativo daban las instituciones escolares británicas, por ejemplo.
Parecía destinado a cumplir un papel pedagógico muy valioso, con la exaltación entre los jóvenes de las virtudes del compañerismo, de la solidaridad entre los integrantes del mismo equipo y del respeto a las reglas de la limpia competencia cara a la confrontación con los adversarios sobre los verdes campos. Así que parecía difícil imaginar una disciplina más apropiada para promover entre jugadores y espectadores esa weltanschauen apropiada para la competición en que consiste la vida en nuestros sistemas de economía de mercado y democracia liberal. Luego se observaron algunas degeneraciones sobre las que nos previno Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, pero la tensión hacia la excelencia por ejemplo del Real Madrid hizo que sus seguidores adquirieran cultura viajando incluso a esa área de Rusia y países satélites prohibida para el común de los españoles por las autoridades franquistas.
Por eso el último despertar de la violencia fanática trufada de ultaderechismo nazi-fascista en los estadios ha sido muy doloroso y se ensayan soluciones audaces por el ministro del Interior. Los proclives serán identificados y deberán presentarse en cada jornada futbolística para presenciar el encuentro de que se trate en comisaría. Habrá que seguir atentos para conocer los detalles adicionales: si se podrá elegir comisaría, si los locales de éstas serán modernizados, si serán dotadas de pantallas panorámicas, si se ofrecerá un refrigerio a ese público cautivo, si se permitirán bebidas alcohólicas, y así sucesivamente.