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Tribuna
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La herida de Francia

Jordi de Juan i Casadevall analiza las causas del éxito de la ultraderecha en Francia, entre las que destaca el agotamiento de la izquierda y la inmigración. El autor apuesta por la reorganización del centroderecha

Hegel, por quien siempre tuve una cierta debilidad intelectual, decía que todo lo real es racional. La verdad es que formulado así, en términos tan categóricos, quizás este planteamiento resulte un tanto excesivo. Pero lo cierto es que siempre he tenido una cierta tendencia a racionalizar la realidad, incluso la realidad política. Otra cosa es que la política se deje racionalizar, porque a veces es bastante impermeable al más ligero conato de racionalidad. Por desgracia, en nuestro país no faltan pruebas palmarias de irracionalidad política en la pervivencia de un terrorismo que amenaza nuestro sistema de libertades y socava los más elementales fundamentos de la convivencia democrática.

Pero confieso que mi reflexión -hegeliana- venía a cuento del resultado electoral de la primera vuelta de las presidenciales francesas y del fenómeno Le Pen. ¿Cómo explicar el sorpàsso de la ultraderecha en Francia? Si concedemos a la historia y a las ideas un papel predominante en la explicación de lo político, nuestro esfuerzo por racionalizarlo puede ser hercúleo. Porque, ¿cómo entender que la patria de Montesquieu, cuna del liberalismo europeo y de los derechos del Hombre, piedra angular de la construcción europea, pueda elevar a la categoría de segunda fuerza política a un partido que defiende planteamientos xenófobos y la salida de Francia de la Unión Europea?

La respuesta la ha dado el propio Chirac el día de la resaca poselectoral: Francia está herida. Y, sin duda, la herida de Francia es el señor Le Pen. Basta con asomarse al sistema constitucional francés para percatarse de que puede convertirse en una importante hemorragia porque la Constitución de la V República, obra de ese gran estadista que fue el general De Gaulle, puede ser algo más que un simple coup d'état permanant como denunció Mitterrand, principal detractor, y al mismo tiempo beneficiario, de ese sistema político.

Podría ser, en su diseño presidencialista, -en realidad, semipresidencialista-, un fabuloso instrumento jurídico, no sólo para practicar una política xenófoba, sino también para sacar al país vecino de la UE. Por fortuna, el sistema electoral es a dos vueltas y no está nada decidido. Pero, quizás, más interesante que analizar la etiología de la herida sea extraer algunas consecuencias siquiera por aquello de las barbas del vecino.

La primera, es que la izquierda ha agotado su proyecto. Sus recetas no funcionan ni parecen tener capacidad de atracción de un electorado escurridizo que ante fenómenos como la inmigración masiva se arroja en brazos de la extrema derecha. Sé que decir esto del país que albergó el mayo del 68 y que produjo la escuela laica, grandes nacionalizaciones y una Administración pública muy robusta es un poco fuerte. Pero realmente creo que es así. Ha pasado por toda suerte de experiencias de izquierda, ahora por una oferta muy variada, la llamada izquierda plural. Dejando al margen sus posiciones más extremas de corte trotskista, la izquierda que parece haber fracasado es la socialdemocracia clásica, la de Jospin, la que abanderaba la batalla de la jornada laboral de las 35 horas semanales y que no ha servido como banderín de enganche para sintonizar con las clases trabajadoras.

Parece que el socialismo galo tendrá que buscar un modelo más centrado, a lo Blair, porque no creo que nuestro socialismo libertario pueda erigirse en modelo homologable para nuestros vecinos de allende los Pirineos.

La segunda reflexión es la que se refiere al fenómeno de la inmigración. Según todos los analistas, ésta ha sido la verdadera causa del auge del Lepenismo: flujos incontrolados de inmigrantes, marginalidad social, paro e inseguridad ciudadana. Ha llegado el momento de plantear a nivel europeo un debate sereno, sin demagogias, sobre la inmigración.

Es un debate con aristas peligrosas que exige visión de Estado y concepción de Europa, y que no es fácil de ventilar cuando se tiene enfrente una oposición irresponsable. La presidencia española de la Unión Europea ha dado la talla al proponer una política europea de inmigración que combine la integración y la defensa de los derechos de los extranjeros con la firmeza en la lucha contra la inmigración ilegal.

Por cierto, hablando de Europa, no estaría mal que hiciéramos pedagogía de Europa para desactivar nacionalismos centrífugos como el de Le Pen, que propone la renacionalización de Francia y su salida de la Europa de Maastricht. Europa tiene que ser un antídoto contra los nacionalismos exacerbados.

Y, por último, que el centroderecha debe reorganizarse y salvar la República de De Gaulle. En España lo hicimos y logramos una etapa de estabilidad económica y política sin precedentes. De hecho, han empezado ya a hacerlo para las legislativas y para la segunda vuelta de las presidenciales. Y Chirac debe hacer lo que todo candidato presidencial en la segunda vuelta, hacer acopio de apoyos y adhesiones de diferente extracción política. Es lo que los franceses llaman rassembler y, que en esta ocasión, tendrá el inestimable apoyo de la izquierda. La realidad sigue siendo difícil de racionalizar.

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