El conflicto en Oriente Próximo pasa factura a la economía israelí
Los optimistas mensajes del Gobierno israelí sobre la fortaleza de la economía, pese a 19 meses de conflicto con los palestinos, chocan con la realidad. No hay indicios de recuperación del PIB en 2002, tras la contracción del 0,5% del año pasado, los proyectos de expansión comercial en la región árabe se han esfumado y la inseguridad frena la inversión extranjera. Aparte, está la factura militar. Sólo en el último mes y medio el coste directo de la guerra asciende a 1.000 millones de dólares (1.123 millones de euros).
La Administración de Tel Aviv se ve obligada a hacer ingeniería financiera para afrontar la crisis. Entre los planes económicos figuran recortes del 4% en los Presupuestos de todos los ministerios y en los pagos de la seguridad social, una subida del 17% al 18% sobre el IVA. Los costes de la guerra socavan las cuentas, el Ministerio de Finanzas reconoce que el déficit público alcanzará el 3,9%, frente al 3%.
El año pasado, el argumento fue el de la crisis económica mundial y su repercusión en un sector en el que Israel es puntero: el de la alta tecnología, que representa el 15% de la economía nacional. El Ministerio de Finanzas estima que la crisis global en ese sector tuvo una repercusión negativa del 2,8% del PIB.
Sin embargo, el curso de la economía israelí se aleja cada vez más del ciclo económico mundial y la guerra adquiere un peso preponderante. El índice tecnológico de la Bolsa de Tel Aviv ha caído un 63% desde el año 2001, mientras que el Nasdaq de Nueva York ha sufrido una pérdida del 29%. El shekel no ha dejado de perder valor frente al dólar y el miércoles pasado cerró a 4,86 unidades por dólar, el valor más bajo de su historia y la primera que superaba la barrera de las 4,8 unidades. La presión inflacionista ha obligado al banco central a subir los tipos de interés del 4,4% al 4,6%.
La crisis del turismo
El Gobierno no puede ocultar el efecto de la guerra en sectores tradicionales. El principal ejemplo es el del turismo, que representa el 3% del PIB. El negocio está bajo mínimos tras la oleada de atentados suicidas de los extremistas palestinos, que buscaban provocar el mayor dolor posible entre los civiles.
El tímido incremento del turismo local es insuficiente para contrarrestar la caída de ingresos en divisas. Octubre de 2001 fue el mes con menos visitantes en una década. Desde el comienzo de la Intifada, el empleo en el sector servicios se ha reducido a la mitad, con lo que unas 40.000 personas han perdido su empleo y la ocupación se ha reducido de media un 28%. El temor a un atentado ha cambiado dramáticamente los hábitos de ocio de los israelíes.
La construcción, un 25% del PIB, ha evitado el cataclismo gracias a la fuerte presencia del sector público, aunque no se ha podido evitar que las inversiones hayan caído un 17,6%. La incidencia en la fuerza laboral es más notable que en otros sectores. Cuando estalló la Intifada, en septiembre de 2000, el Gobierno israelí decidió bloquear los territorios de Gaza y Cisjordania, lo que provocó que unos 100.000 palestinos (aproximadamente un tercio de la fuerza laboral en el sector) perdieran sus empleos.
En la actualidad, muchos trabajadores han regresado de forma clandestina y otros han sido reemplazados por empleados israelíes. Pero la aceleración de la crisis es evidente. Las cifras generales de paro se acercan al 12%, frente al 5% de hace seis años.
Por otra parte, el cierre de los territorios ha conducido a la ruina y desesperación a los palestinos. El Banco Mundial afirma que más de la mitad de la población palestina vive con menos de dos dólares al día. En definitiva, la inestabilidad económica crece cada día. Standard & Poor's ha bajado recientemente su calificación de Israel de estable a negativa. Los empresarios extranjeros se niegan a viajar al país. De hecho, la inversión directa extranjera pasó de 5.000 millones de dólares (5.618 millones de euros) en 2000 a 3.000 millones de dólares (3.370 millones de euros) en 2001 y la previsión es que siga cayendo.
En estas circunstancias, algunos radicales proponen la autosuficiencia, pero una población de 6,5 millones es incapaz de absorber la producción nacional. La solución no es otra que el final de la violencia, algo que por el momento no parece cercano.