Argentina sólo podrá establecer un cambio fijo si limita el mercado
Una nueva paridad del peso sólo puede servir de transición a sistemas monetarios flexibles o hacia una dolarización definitiva
Argentina, sin un pacto federal para lograr un ajuste fiscal, sin una solución para el problema del sistema financiero y sin la ayuda económica del Fondo Monetaria Internacional (FMI), parece destinada a caer en una hiperinflación alimentada por una incontenible emisión monetaria. En este contexto, la reapertura del mercado cambiario tras el feriado decretado por el Gobierno sólo podría acelerar tal desenlace, al generar un espiral de depreciación e inflación incontenible.
El Gobierno, consciente de esta situación, estaría planeando un receta ya conocida en Argentina: la implantación de un tipo de cambio fijo con el fin de crear un ancla nominal que frene las expectativas de inflación. La pregunta que surge es obvia, ¿cómo podría fijarse nuevamente una paridad del peso tras el estrepitoso fracaso de la convertibilidad?
Claramente, ni la Administración ni el Banco Central cuentan con una mínima credibilidad que les permita imponer cualquier esquema cambiario fijo. Su implantación, por tanto, sólo podría lograrse con una fuerte limitación del acceso al mercado cambiario, ya que si se dejara intercambiar libremente pesos por dólares a una paridad determinada sólo se lograría que todos los pesos acabasen en las arcas del Banco Central, lo que constituiría una dolarización de facto.
Incluso manteniendo controles cambiarios, con el tiempo se desarrollaría un mercado negro en el que dólar alcanzaría una cotización de equilibrio más elevada y cada vez más divergente del tipo de cambio oficial debido a la constante emisión monetaria, haciendo finalmente insostenible la paridad fijada. Queda entonces claro que, en el actual contexto, la imposición de tipo de cambio fijo en Argentina sólo puede funcionar transitoriamente y con estrictos controles cambiarios hasta que se instaure otro régimen monetario. Como esquemas definitivos, las alternativas que dispone Argentina no son muchas: dejar flotar su moneda o dolarizar la economía (es decir retirar todos los pesos en circulación).
Dolarizar implicaría privarse de la posibilidad de emitir dinero, actualmente la única fuente de financiación del fisco. Por lo tanto, el Ejecutivo debería aplicar forzosamente una ley de déficit cero, que conllevaría un ajuste del gasto público feroz.
Otro inconveniente no menos importante sería la obligación de reconocer la insolvencia del sistema bancario, ante la imposibilidad del Banco Central de cumplir con su función de prestamista de última instancia. A estos problemas de corto plazo se suma la inconveniencia de fijar una paridad con respecto al dólar en una economía como la Argentina, con un bajo grado de apertura externa y cuyo comercio con EE UU sólo pesa un 20% del total. De hecho, esto último fue una de las principales críticas hechas a la convertibilidad. No obstante, dolarizar significa desterrar definitivamente el temor de la inflación en Argentina, algo que bajo las actuales circunstancias podría primar sobre criterios de largo plazo.
La segunda alternativa, la flotación, presenta, al no limitar la posibilidad de emitir moneda, el riesgo potencial de caer en una hiperinflación, también vieja conocida de Argentina. En contrapartida, este esquema permite mediante las variaciones del tipo de cambio un rápido ajuste de los precios relativos, permitiendo que la economía sea menos vulnerable ante los shocks internos y externos. No obstante, la decisión final puede pasar, más que por un minucioso escrutinio de las ventajas y desventajas de cada sistema, por una dolarización forzosa posterior a un fallido intento por fijar un nuevo tipo de cambio fijo.