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Columna
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Situación económica y expectativas

Son tiempos de analistas financieros y no de reposados observatorios económicos. Carlos Solchaga repara en la influencia del análisis de datos en Bolsa y sus efectos sobre la economía

La dependencia excesiva del sentimiento predominante en cada momento en las Bolsas está empezando a ser nefasto para la formación de las expectativas de los agentes económicos sobre el estado de la economía y sus perspectivas. Los movimientos en las cotizaciones bursátiles tienen en gran medida un carácter anticipativo. La gente empieza a comprar tal o cual valor o simplemente a comprar más que a vender anticipando noticias positivas. Luego estas noticias se producen o no. Si pasa lo primero, el efecto sobre la Bolsa puede ser nulo, ya que el mercado puede considerar que los beneficios asociados a tales noticias ya estaban descontados. En algunos casos incluso puede considerar que el descuento había sido excesivo y así la confirmación de lo que es una buena noticia para todo el mundo tiene un reflejo negativo en las cotizaciones afectadas -o en el índice general de valores-, dejando perplejo al público no enterado, que ya no sabe juzgar si es bueno o malo que bajen los tipos de interés o si es bueno o malo que la recuperación parezca lenta porque así no subirán los tipos de interés, lo que, por otro lado, no se sabe si conviene o no.

Por suerte o por desgracia los mercados de capitales a lo ancho de este mundo funcionan cinco días por semana. Las crónicas y explicaciones analíticas de lo que pasa en cada uno de ellos y las causas que subyacen a su comportamiento ocupan las páginas de los periódicos y los informativos audiovisuales casi todos los días de la semana. La elaboración, sin embargo, de datos sobre la producción, el empleo, los cambios en las magnitudes monetarias, la marcha del consumo o la inversión, el comercio exterior o la ejecución presupuestaria suele tener periodicidad mensual y un cierto retraso, en general inevitable, en su publicación. Para no hablar de datos sobre la marcha de las empresas cotizadas que tienen una frecuencia trimestral. Estos datos, además, si se toman seriamente, no admiten un análisis basado exclusivamente en el último que se ha conocido. Es necesario ponerlos en la perspectiva adecuada de su evolución en el tiempo y en comparación con otros datos con los que están relacionados. Exigen, en fin, tiempo y reflexión.

Desgraciadamente estos últimos aspectos están, sobre todo el primero, bastante reñidos con el deseo de anticipación que es el principal determinante de los que actúan en Bolsa. De manera que los analistas no tienen paciencia para esperar los datos y analizarlos. Al contrario, suelen adelantar con tiempo y con bases argumentativas que tienen más que ver con la conveniencia de no alejarse mucho del consenso en las expectativas que con un análisis desapasionado y riguroso, los resultados que esperan de los mismos. Piensan, en última instancia, que es menos peligroso errar con la mayoría que arriesgarse a acertar en solitario y si su objetivo es mantener los puestos de trabajo, desde luego actúan correctamente.

El debate surgido en torno al papel de los auditores y consultores a partir del caso Enron ampliado ahora al de las recomendaciones de inversión de otras entidades financieras, entre ellas los bancos de inversión que también invierten por cuenta propia o se comprometen con sus clientes a colocar determinados títulos, nos recuerdan que el comportamiento gregario no es el único sesgo que puede observarse en los analistas. Las propias limitaciones de la metodología de análisis son, en fin, otra razón más para tomar los juicios y recomendaciones de éstos con una saludable precaución.

Pero estos son tiempos de analistas financieros y no de reposados observatorios económicos. El número de familias que tiene una parte significativa de su riqueza en Bolsa, directamente o a través de instrumentos de inversión colectiva, es en España cada vez mayor. Las noticias relevantes son flor de un día. Sus efectos se agotan casi antes de nacer. El apetito de los mercados de nuevas noticias es insaciable. Si no las hay, los suministradores se ven obligados a fabricar rumores o a escribir sobre especulaciones.

Precisamente por ello, porque cada vez son más los ahorros cuyo valor depende de la Bolsa, la marcha de la misma tiene un efecto como nunca hasta ahora sobre las decisiones de ahorro y gasto de las familias y empresas españolas y el estado de ánimo que en ella se imponga, con sus satisfacciones y frustraciones, pesa gravemente sobre las expectativas de unas y de otras y, de esta manera, sobre la marcha global de la economía española. ¿Qué se puede hacer en estas circunstancias? Realmente muy poco, aparte de resignarse y esperar que, con el transcurso del tiempo, una demanda más sofisticada de información acabará castigando a quienes la proporcionen sin solvencia.

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