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La atalaya

Misión casi imposible

Dice el viejo refrán castellano que dos no discuten si uno no quiere. El drama del conflicto palestino-israelí es que los dos protagonistas, Ariel Sharon y Yasir Arafat, no sólo quieren discutir sino que están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. Con su brutal ofensiva sobre Cisjordania, Sharon cree que está a punto de lograr el desmantelamiento de lo que califica 'la red terrorista palestina'. Por su parte, Arafat está convencido de que su resistencia numantina en Ramala y su negativa a condenar los atentados suicidas contra objetivos civiles israelíes le proporciona importantes activos políticos, como la entrevista que debe mantener hoy con el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell. Con estos planteamientos, la tragedia está asegurada. Como declaraba el miércoles en Madrid, el ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel, el laborista Shlomo Ben Ami, en las actuales circunstancias, 'un acuerdo entre palestinos e israelíes es imposible'.

El acuerdo, si llega, sólo podrá ser impuesto por terceros, con EE UU a la cabeza. Por eso es importante el acuerdo alcanzado el miércoles en Madrid entre EE UU, la UE, Rusia y la ONU para presionar a ambas partes del conflicto. Y, por eso, cobra especial relieve la visita que Powell realiza hoy a Israel y Palestina, con el apoyo unánime de la comunidad internacional. Una visita de la que no se deben esperar milagros, dado el odio acumulado tras 17 meses de lucha ininterrumpida.

La novedad pasa por el cambio radical de la política estadounidense hacia Oriente Próximo. Después de una inhibición decepcionante desde su llegada a la Casa Blanca, Bush decidió la pasada semana que la virulencia del conflicto empezaba a poner en peligro los intereses estadounidenses en el mundo árabe. Y con un '¡Basta ya!' exigió a Sharon, por primera vez, no sólo la retirada inmediata de las ciudades palestinas ocupadas por su ejército, sino el repliegue a las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días de 1967 y el fin de los asentamientos en Cisjordania. Bush anunció el envío de Powell a la zona con instrucciones para conseguir un alto el fuego inmediato entre las partes. Fue el triunfo de la línea moderada defendida por Powell frente a los halcones de la Administración, representados por el vicepresidente Dick Cheney y el titular de Defensa, Donald Rumsfeld, partidarios del apoyo incondicional a Sharon.

Powell, y por tanto Bush, se juega mucho en esta misión. No hay que olvidar que estamos en un año electoral y que las legislativas de noviembre están a la vista. Varios congresistas y senadores se han expresado ya abiertamente en contra de lo que consideran 'excesiva presión presidencial' sobre Sharon. Por el momento desconocemos los argumentos que el secretario de Estado esgrimirá frente a Sharon y Arafat para conseguir el objetivo inmediato de su misión, que no es otro que poner fin a la sangría por medio de un alto el fuego. Pero, es obvio que ese objetivo no se conseguirá sólo con buenas palabras. Tendrá que emplear la vieja táctica del puño de hierro en guante de terciopelo, una combinación de amenazas y promesas. La situación no está para medias tintas porque el conflicto no sólo ha ensangrentado a Israel y a Palestina, sino que amenaza con extenderse a los países de la zona, como Líbano y Siria. Si Powell fracasa hoy en su misión, sólo el envío de una fuerza multinacional de interposición, liderada por EE UU, puede impedir una catástrofe mayor de la actual.

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