Ecos de los setenta
Los mercados de capitales están siendo agitados durante los últimos días por vientos del pasado. La crisis que se está viviendo en Oriente Próximo y las amenazas de boicot petrolero proferidas por Sadam Husein contra quienes apoyen la política del Estado de Israel, aunque sólo hayan encontrado un mínimo de seguimiento en Irán, y nada en absoluto en Arabia Saudí, han hecho recordar a todo el mundo la situación vivida en diferentes momentos de los años setenta del siglo XX. Es decir, en lo que entonces se conoció como primer (1973-1974) y segundo (1979) shock energético.
Claros síntomas del incremento de la tensión política y militar son que el oro y el petróleo hayan estado subiendo de precio recientemente. En el caso del petróleo brent, y en el periodo febrero-marzo, la subida ha sido de un 24%, lo que ha situado el precio del barril por encima de los 26 dólares.
El precio del petróleo también se disparó con motivo del conflicto del golfo Pérsico, por lo que ahora, con el eventual ataque a Irak por parte de EE UU, tendríamos una mezcla de dos situaciones del pasado que fueron explosivas por sí solas. La gran diferencia respecto a aquellos momentos es que EE UU se ha afianzado como potencia absolutamente hegemónica, por lo que no está presente otro factor que complicaba cualquier situación anterior al año 1992: la actitud de la Unión Soviética (recordemos que todavía durante la crisis del Golfo algunos generales rusos hicieron declaraciones muy agresivas hacia la coalición formada por EE UU para la operación Tormenta del Desierto).
Estamos, pues, en un momento en el que la economía norteamericana se encuentra aparentemente saliendo de la recesión, y con las Bolsas en un movimiento lateral -en el caso de España, con el Ibex 35 oscilando en el entorno de 8.000- que recuerda enormemente al que siguió a la anterior recesión norteamericana y que duró dos largos años: el índice Dow Jones estaba en febrero de 1991 en 3.000 puntos y terminó ese año en 3.168; es decir, un 5,6% más arriba. El año 1992 lo terminó en 3.301, con un crecimiento, por tanto, para ese año de sólo un 4,19%.
Y a la vez, con un dólar sobrevalorado; una balanza de pagos por cuenta corriente en EE UU que sigue acumulando un déficit insostenible y que apenas ha decrecido durante el periodo de recesión económica; y un déficit presupuestario en aumento, impulsado por la recesión y el incremento del gasto militar, y que amenaza con hacer subir fuertemente los tipos de interés de largo plazo de la deuda pública norteamericana. Estamos, pues, ante un rompecabezas que se va complicando poco a poco, y que está desestabilizando las Bolsas mundiales e interrumpiendo la tranquilidad que generaban las buenas noticias de crecimiento de EE UU.
Pero no hay que dejarse llevar por un excesivo pesimismo. Los momentos de inestabilidad son los más adecuados para tomar acertadas decisiones de inversión. Y más si la inexistencia de un poder militar equiparable al de EE UU hace que, por definición, los conflictos se mantengan dentro de unos límites.
Los fondos de inversión viven un reflejo de esta situación. Desde el 1 de septiembre pasado, los que invierten en renta variable han efectuado también un movimiento lateral: desde entonces -siete meses-, su rentabilidad media no ha superado el 3,05%. Si nos fijáramos únicamente en los fondos que invierten en Bolsas de los países desarrollados, esa rentabilidad media sería prácticamente cero.