El 0,7% pasa al olvido
La ayuda oficial al desarrollo parece enfrentarse a una nueva etapa, en la que las condiciones de acceso a los fondos estarán supeditadas a la apertura de los mercados por parte de los países pobres. Eso es, al menos, lo que se desprende de la propuesta realizada por el presidente de EE UU, George Bush, en el marco de la Cumbre de Monterrey. Pese a las declaraciones de buenas intenciones, allí se ha constatado que el objetivo de destinar a los países pobres el 0,7% del PIB de los países desarrollados ha pasado al olvido.
Durante su intervención en la Conferencia Internacional organizada por Naciones Unidas, Bush propuso vincular la nueva ayuda al desarrollo a mejoras en sanidad y educación por parte de los países pobres, a la lucha contra la corrupción y a la apertura comercial de estos mercados. Una propuesta cuando menos contradictoria con la política comercial que aplica Washington, enfrascado ahora en una guerra comercial con la Unión Europea a cuenta de las medidas proteccionistas aprobadas para proteger la industria estadounidense del acero.
La trampa de la propuesta va más allá. Bush ha prometido un aumento de las ayudas de 5.000 millones de dólares (5.750 millones de euros), que serán desembolsados, bajo las condiciones anteriormente mencionadas, a lo largo de un periodo de tres años a partir de 2004. Será entonces cuando EE UU inicie su siguiente legislatura y puede que, incluso, bajo mandato de otro presidente. La Casa Blanca defiende con orgullo que la ayuda prometida por Bush duplica la cuantía actual destinada por EE UU a los fondos al desarrollo. Con todo, si Bush cumple su promesa sólo alcanzaría el 0,13% de su PIB, muy lejos del 0,7% defendido por la ONU y reclamado, con escaso éxito, en la conferencia.
La Unión Europea tampoco tiene muchos más motivos para la satisfacción. El acuerdo que los Quince han llevado a Monterrey supone elevar la ayuda europea al desarrollo al 0,39% del PIB para 2006 y sitúa el mínimo de la aportación oficial de cada país en el 0,33% del PIB, un nivel al que aún deben llegar Estados como España y Alemania y lejos también del 0,7% solicitado por la ONU. Bruselas argumenta que la UE es el primer donante mundial, pero olvida que se trata de la aportación realizada por el conjunto de los Quince Estados.
El documento de Monterrey también insiste en la importancia de la condonación de la deuda externa para impulsar el crecimiento y urge a la colaboración de las instituciones financieras multilaterales para mejorar la eficacia en la gestión de los fondos. Pero no establece ningún compromiso concreto para los Estados ni se marca ninguna meta para su consecución.
La Cumbre de Monterrey puede profundizar, así, en el doble rasero que aplican los países desarrollados, que exigen apertura comercial a los países pobres mientras sus productos y sus mercados quedan protegidos tras los aranceles o los subsidios.