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Consejo de Barcelona

Los objetivos de Aznar se complican por las elecciones en Berlín y París

El presidente del Gobierno se propone recuperar en Barcelona 'el espíritu decidido y valiente' para hacer de Europa 'un gran escenario sin barreras', según sus palabras de bienvenida al Consejo Europeo del próximo viernes. Para José María Aznar ese 'sueño' coincide con su vocación privatizadora y de flexibilización de los mercados productivos. Pero Francia y Alemania, donde se celebran elecciones este año, desean un contrapunto que reconozca la importancia del servicio público y la calidad del desarrollo económico.

Les invito a hacer de este Consejo Europeo un hito histórico en la reflexión, el debate y el consenso sobre la Europa de las reformas'. La bienvenida de Aznar a sus homólogos de la Unión se cumplirá ciertamente. Al menos en uno de sus objetivos. Quizá no se logre el consenso en muchos puntos del debate, pero las delegaciones de los socios europeos sí llegan bien armadas para la reflexión.

Francia, sobre todo, y Alemania, llegan con el arsenal repleto para exigir que 'la modernización del aparato económico europeo (...) asegure un alto nivel de protección y de respuesta a los imperativos de igualdad y cohesión que son el corazón del modelo social europeo'. La contribución de Francia al Consejo de Barcelona advierte que 'ahora más que nunca es necesario mantener ese equilibrio'.

A la presidencia española, y sus presuntos aliados de Londres y Roma, no le resultará fácil derrotar unos argumentos en los que coinciden el presidente de la República, el conservador Jacques Chirac, y el primer ministro socialista, Lionel Jospin, rivales esta primavera en las elecciones presidenciales.

Las 10 páginas de su contribución al Consejo rebosan 'más Europa', lema del semestre español que las propuestas galas detallan y razonan mejor que el programa de la presidencia. Desde la construcción de un tren de gran velocidad que una las cuencas del Rin y el Ródano hasta la enseñanza obligatoria de dos lenguas extranjeras con resultados de competencia lingüística medibles o el compromiso firme de destinar un 3% del PIB a investigación y desarrollo.

París tampoco elude una 'apertura controlada y progresiva' de los mercados energéticos, pero exige indicadores comunitarios sobre el nivel real de competencia. Una idea que puede sonrojar al Gobierno español (que ha abierto el 54% del mercado, aunque sólo el 5% de los clientes pueden elegir proveedor). El vicepresidente Rodrigo Rato, en una entrevista con un periódico francés, se desentendía ayer de esta situación que achaca a una tradición económica 'de la que no se puede responsabilizar al Gobierno'.

En una Europa de alianzas coyunturales, Francia cuenta en muchas de sus tesis con el apoyo de Alemania, país que también afronta este otoño una cita electoral. Berlín y París celebran, casi mensualmente, cumbres bilaterales para coordinar sus posiciones europeas.

El canciller Gerhard Schröder parece más preocupado, sin embargo, por minar el poder de la Comisión Europea, como órgano supranacional. Schröder ha convertido la denuncia de las supuestas injerencias de Bruselas en un comodín para ganar popularidad frente a su rival conservador Edmund Stoiber. Cualquier iniciativa de Aznar que lleve el marchamo comunitario corre el riesgo de chocar con Berlín.

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