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Tribuna
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Muerte a discreción en Oriente Próximo

Antonio Gutiérrez Vegara

Esta semana comenzó con una aceleración brutal en la espiral de violencia entre palestinos e israelíes. Tras los atentados de las milicias de distintos grupos palestinos que ocasionaron 22 muertos durante el fin de semana, el gabinete de seguridad de Ariel Sharon decidió elevar el tiro en las represalias lanzando al ejército contra los campamentos de refugiados en Al Amari, Ramala, Jenin y Rafah. Los carros de combate mataron a 20 personas, entre ellas a un médico que atendía a un herido en una ambulancia y a cinco niños. La respuesta de un comando de Hamas fue ametrallar a 15 comensales que celebraran una despedida de soltera en un restaurante de Tel Aviv.

La lista de atentados y ataques es inabarcable en las crónicas periodísticas cotidianas y la contabilidad de muertos requiere más dígitos cada día.

Han decidido matarse a discreción sin que Occidente esté haciendo nada por evitarlo, aunque tenía la autoridad para haber reconducido el proceso antes incluso de que estallara la segunda Intifada.

EE UU y la Unión Europea habían auspiciado los acuerdos de Oslo, en los que la Organización para la Liberación de Palestina asumió la paz global y el fin del conflicto con Israel sobre la base de la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que en su preámbulo declara la 'inadmisibilidad de la adquisición de territorio por la guerra', refiriéndose a los ocupados por Israel en la guerra de 1967. Lo que a su vez implicaba por parte palestina limitar sus reivindicaciones al 22% de los territorios de Palestina en 1947.

El incumplimiento de aquellos acuerdos por la pretensión israelí de reinterpretar la citada resolución 242 aún gozó de la condescendencia de la Administración Clinton convocando las conversaciones de Camp David en lugar de exigir el respeto a lo acordado.

Un nuevo intento fallido, sobre todo por la intransigencia de Ehud Barak (que llegó a irritar a los asesores del Departamento de Estado), predispuesto ya entonces a laminar la autoridad de Yasir Arafat y por la escasa capacidad de éste para cerrar algún acuerdo que desbaratase la táctica dilatoria del primer ministro israelí.

Como ha declarado Yossi Beilin, delegado en las negociaciones de Oslo y ministro de Justicia en el Gobierno de Barak, éste se convirtió 'en el mejor testigo de la derecha y en el mayor problema para el campo de la paz', desde el momento en que atribuyó su derrota en febrero de 2001 a la Autoridad Nacional Palestina, llegando incluso a criticar por la derecha al ya primer ministro Ariel Sharon cuando envió a su hijo y al ministro de Exteriores a entrevistarse con Arafat tras ganar las elecciones.

Es preciso recordar que fue su Gobierno, con Shlomo Ben Ami como ministro de Seguridad e Interior, el que dio la orden de disparar contra la revuelta -inicialmente pacífica- provocada por la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas, con saldo de 28 muertos y 500 heridos palestinos el 29 de septiembre de 2000, acontecimientos que dieron lugar a la segunda Intifada.

La tesis de Barak según la cual Arafat había dejado de ser un interlocutor válido para la paz ha sido traducida a la práctica por Sharon en su escalada de ataques contra los palestinos y endurecida tras haber sido asumida por el Gobierno de George Bush a raíz de los atentados del 11 de septiembre.

Así, mientras el primer ministro israelí se propone seguir infligiendo más sufrimientos a los palestinos hasta que se sientan vencidos, como condición para volver a las negociaciones, el presidente norteamericano se prepara para lanzar otro ataque sobre Irak, haciendo caso omiso del plan de paz propuesto por Arabia Saudí.

La Unión Europea, que ha visto cómo lo que tanto contribuyó a financiar para el funcionamiento de la Autonomía Palestina ha sido destruido en pocos días por los bombardeos israelíes, tampoco se hace valer para encauzar un nuevo proceso de negociaciones que ponga fin a tanta masacre.

Se limitan a emitir circunloquios sobre el cese de la violencia como ha hecho el presidente de turno del Consejo Europeo, señor Aznar, o, en el mejor de los casos, a pulsar la opinión de Colin Powell sobre el plan de paz saudí. Un loable esfuerzo del jefe de la diplomacia comunitaria, Javier Solana, pero que realiza paradójicamente acompañando al presidente egipcio sin el respaldo efectivo de los jefes de Gobierno europeos.

Antes de que se reúna la Liga Árabe en Beirut a finales de este mes, debería notarse el compromiso de la UE a favor de la paz en Oriente Próximo. De no ser así, ¿esperarán a que suba el precio del petróleo cuando la sangre haya encharcado toda la región?

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