Enemigos de la información
Si reflexionamos sobre los fundamentos de las actitudes que en los últimos tiempos han mostrado determinados estamentos ante casos tan diversos como Filesa, uso de fondos reservados, Ercros, Gescartera, subvenciones del lino, bombardeos de la OTAN, etcétera, concluiremos que sus esfuerzos por ocultar información no son episodios aislados e inconexos, sino que, por el contrario, forman parte del intento sistemático de quienes detentan el poder para evitar que este tipo de acciones lleguen al conocimiento de la opinión pública.
Por el momento, la defensa de la libertad de expresión por parte de los medios de comunicación independientes está evitando que esos intentos de ocultación de la verdad consigan su propósito, pero determinados círculos de poder no parecen dispuestos a consentir esta resistencia y comienzan a dar pasos más contundentes para asegurar el éxito de sus ocultaciones de información. El ejemplo más llamativo de estos pasos lo ha dado la Administración Bush que, aprovechando la alarma sembrada por los atentados del 11 de septiembre, está siguiendo la estrategia de impedir, mediante el argumento de los perjuicios que podría ocasionar, el acceso a datos de Enron y de los archivos presidenciales a los que, hasta ahora, los norteamericanos tenían derecho en virtud de la Ley de Libertad de Información.
Pero la medida de la Casa Blanca que puede tener más alcance es la limitación que ha impuesto a la divulgación de información científica microbiológica, retirando por ejemplo 6.000 documentos técnicos que estaban disponibles en Internet, con la excusa de su posible utilización por grupos terroristas.
Esta iniciativa, a la que se está oponiendo con firmeza la comunidad científica norteamericana, se puede extender a otros países, como por supuesto España, con la facilidad con la que se propagan otros proyectos que surgen de EE UU y, lo que es peor, también puede extenderse a otros campos del conocimiento científico sin variar los argumentos de la perversa utilización que de ellos haría el terrorismo.
En efecto, puede prohibirse la divulgación de estudios de opinión por el mero hecho de que se observen actitudes pacifistas ante las guerras a que parece dispuesto Bush o donde se aprecien actitudes críticas ante la situación de los presos de Guantánamo, que según los censores podrían ser interpretados por los terroristas como indicadores del éxito de su estrategia. Del mismo modo, podría impedirse la publicación de aquella información de tipo económico que alentara a los terroristas por evaluar positivamente los efectos de sus acciones, lo que implicaría a informaciones tan variadas como la quiebra de empresas de seguros y compañías aéreas, la caída del turismo, el descenso de la inversión en determinados sectores, la pérdida de confianza empresarial, el aumento del desempleo y cualquier otro indicador similar.
Por si fuera poco, esta amenaza de ocultar información, que fácilmente puede extenderse a todos los campos de conocimiento científico, la semana pasada ha trascendido la creación de la Oficina de Influencia Estratégica, que pretende intoxicar a la prensa mundial con todo tipo de campañas de información y desinformación con el no disimulado objetivo de servir a los intereses de EE UU.
Este panorama resulta sombrío para cuantos se dedican a la producción de datos estadísticos y a la investigación científica. La natural tentación del poder a evitar las noticias desagradables sobre su gestión puede cuajar, como mínimo, en acusar a los mensajeros de estar alentando terrorismos, nacionalismos, incertidumbres económicas o lo que sea.
Hay que prepararse para resistir acusaciones, prohibiciones, campañas de desinformación o cualquier intento de manipulación de la realidad investigada. Como ha señalado la Sociedad Americana de Microbiología, primera víctima del ejercicio del poder, 'el terrorismo se alimenta del miedo y el miedo se nutre de la ignorancia. Esto mina los fundamentos de la ciencia', y con este argumento hay que defender la necesidad de una información rigurosa y neutral porque en su prohibición estaría, entre otras cosas, el mayor éxito que pudiera soñar ese terrorismo que sirve de excusa a los totalitarios.