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Tribuna
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La responsabilidad de comunicar

Reconocer la importancia de la comunicación a estas alturas parece una obviedad que no requeriría demasiada argumentación para su defensa, pero la realidad nos demuestra, una vez más, lo contrario. Sólo con el ejemplo de la compañía Lear, que pretende cerrar su planta de Cervera (Lleida), se pone de relieve la poca predisposición a comunicar que tienen determinadas empresas y, por extensión, la falta de responsabilidad del equipo que las dirige.

El conflicto establecido por el futuro cierre de la fábrica está encabezando los informativos o abriendo portadas de los principales diarios en Cataluña, tanto por su repercusión socioeconómica como por sus consecuencias en el ámbito de la política.

Empleados, sindicatos, alcaldes y demás políticos han explicado su posición al respecto. Sabemos a través de la Administración y las organizaciones sindicales que no hay causas objetivas para el cierre.

La decisión de Lear provocaría la destrucción de casi 2.000 puestos de trabajo, además del fuerte impacto laboral que generaría en cinco comarcas de la provincia de Lleida. Parece que la auténtica razón que esconde el cierre es la reducción de costes y, como consecuencia, el traslado de la producción de cableado para automóviles a Polonia. Hasta ahora, la empresa no ha dicho absolutamente nada. Inexplicable.

Consultando varias fuentes diferentes, todas confirman lo mismo. Desde que MAI fue adquirida primero por UTA para después pasar al grupo Lear, la política de comunicación ha sido simplemente inexistente.

El desconocimiento de esa realidad por parte de la opinión pública ha ido generando un material altamente explosivo que finalmente ha estallado, con el anuncio del cierre de la fábrica ubicada en la localidad de Cervera. La duración del conflicto parece asegurada en el tiempo.

Hace ya algunos años discutía un conocido periodista con un importante directivo de una compañía automovilística sobre la idoneidad de informar sobre determinados proyectos que la empresa tenía previsto acometer.

El alto responsable defendía el derecho legítimo a no hacerlo, que quien tenía que estar informado ya lo estaba. El periodista le argumentó que la compañía no sólo estaba formada por los accionistas, sino que cerca de 6.000 familias dependían directamente de ello, sin contemplar las decenas de proveedores o cientos de personas que trabajaban indirectamente en el entorno de la misma.

Sin duda, introducía un valor que se ha ido progresivamente añadiendo a la cultura empresarial existente en este país: la responsabilidad social. Ya no sólo hablamos de la comunicación como un arma estratégica de las empresas, sino de un concepto que entraña algo más, una responsabilidad frente a los empleados, accionistas, clientes, vecinos y todos aquellos públicos que giran en torno a nuestro quehacer diario.

La opinión pública demanda información y las organizaciones tienen la oportunidad pero también la obligación de informar sobre aquellos aspectos que afectan a su actividad y que tienen una repercusión social tan relevante.

Para justificar determinadas actitudes poco transparentes, algunos argumentan que ellos optan por la discreción, que aunque pueda ser una virtud personal suena a excusa para aquel que simplemente pretende eludir una responsabilidad e ignora el potencial de una herramienta tan esencial en el management de hoy día, esgrimiendo viejos clichés que ya no son propios de lo que ya es conocida como la sociedad de la información.

En definitiva, el mutismo, además de ser una actitud irresponsable, es también poco aconsejable, ya que finalmente lo que pretendes evitar con el silencio acaba yendo en contra tuyo.

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