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Tribuna
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El abrazo aristocrático

La segunda reunión del Foro Social Mundial en Porto Alegre ha producido resultados apreciables, algunos de ellos incluso sorprendentes teniendo en cuenta la manera en que fue tratado por la mayor parte de los medios el primer encuentro, hace sólo un año. El éxito de la convocatoria ha obligado en esta ocasión a los medios de comunicación de todo el mundo a prestarle atención relevante. El carácter pacífico de la asamblea y la marginación de grupúsculos violentos ha permitido, por otra parte, apreciar con mayor nitidez el mensaje allí emitido en favor de una regulación democrática de la globalización y en contra de cualquier pretensión de convertir el mundo en un gran Guantánamo.

No es evidente que los movimientos congregados en Porto Alegre vayan a ser, como se ha dicho de manera brillante, la expresión del nuevo sujeto histórico de cambio que se está conformando. Probablemente estemos todavía lejos de que surja una nueva izquierda política y social capaz de aglutinar a una mayoría democrática en torno a un programa de transformación acorde con los objetivos expresados en la ciudad brasileña.

Pero lo que sí se está consiguiendo es globalizar una serie de reivindicaciones: la tasa Tobin, la eliminación de los paraísos fiscales, la condonación de la deuda de los países del tercer mundo, la defensa de los derechos humanos más elementales -incluidos los derechos humanos en el trabajo-, la oposición a la deforestación de amplias zonas del planeta, la demanda de una democracia más participativa, etcétera.

El monopolio del 'pensamiento único' ha finalizado y la agenda política global comienza a ser influida, por primera vez desde hace más de dos décadas, por organizaciones de la izquierda.

A título de ejemplo, el Foro Económico Mundial, el cónclave capitalista que desde hace 30 años se ha venido reuniendo en la ciudad suiza de Davos y que este año ha celebrado su asamblea en Nueva York en las mismas fechas que el Foro Social, se ha tenido que hacer eco de algunas de las cuestiones debatidas en Porto Alegre.

El Foro Social Mundial ha puesto en claro, asimismo, que la regeneración y la recomposición de la izquierda ha de comenzar por lo más elemental. Es lo que plantean con fuerza muchas de las organizaciones congregadas en Porto Alegre cuando defienden el derecho a la vida, bajo diversas formas (la lucha contra la política de las multinacionales farmacéuticas en el tercer mundo, causante de miles de muertes; la denuncia del asesinato de sindicalistas, sobre todo en América Latina, y del trabajo infantil en el mundo; la acción contra la destrucción de la naturaleza; el evitar que, por ejemplo, la subalimentación y la malnutrición causen la muerte de entre 11.000 y 19.000 niños cada día).

Cuestiones esenciales son a las que también se acoge el premio Nobel de Literatura, José Saramago, cuando, en su alocución al Foro de Porto Alegre, propugna que la Declaración Universal de los Derechos Humanos se convierta en la columna vertebral de los programas de los partidos políticos, especialmente de los de izquierda, al tiempo que reivindica, frente a una mundialización neoliberal que tiene por característica sustancial la sustracción en favor del mercado de crecientes espacios democráticos de decisión política, un amplio y fundamental debate para vivificar la democracia.

Lo más sorprendente de lo sucedido en torno al encuentro del Foro Social Mundial ha sido, no obstante, el indisimulado intento de recuperación del movimiento alternativo que han protagonizado ilustres representantes de los poderes establecidos, como el presidente del Banco Mundial o el primer ministro belga. Aunque no han sido los únicos: no pocos 'líderes de opinión' hábilmente acomodados en el pensamiento políticamente correcto hasta ayer mismo tratan ahora de darnos lecciones contra la mundialización neoliberal.

Los intentos de neutralización de la izquierda no son nuevos: ya el socialista Laski escribía a principios del siglo pasado sobre los peligros para las organizaciones de izquierda del 'abrazo aristocrático', refiriéndose al que le dieron los liberales británicos al líder laborista Ramsay MacDonald, apodado 'el hijo de la lavandera' por su extracción humilde, cuando ocupó el Gobierno a partir de 1924.

Uno de los aspectos destacados de las políticas neoliberales en los últimos 20 años ha consistido, precisamente, en apropiarse del lenguaje progresista para arropar programas conservadores. Pero esos intentos de recuperación tienen su lado positivo: indican que el nuevo movimiento social global representa una amenaza creíble, con la que conviene dialogar y negociar. La capacidad del Foro Social para aprovecharse de ello, para convertir sus reivindicaciones en conquistas concretas y para contaminar las anquilosadas estrategias de las organizaciones tradicionales de la izquierda pondrá en evidencia la madurez alcanzada por el movimiento que se ha reunido en Porto Alegre.

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