El diagnóstico de Duhalde
Si nos atenemos a los sucesos protagonizados por los políticos argentinos en las últimas semanas, habremos de concluir que el problema de la República no es político, sino psiquiátrico. Cinco presidentes en 13 días constituye un espectáculo tan inédito que no figura en los récords del Guinness. Ecuador dio un espectáculo parecido en 1997 cuando, tras la caída de Abdalá Bucaram, alias El Loco, se encontró con tres autoproclamados presidentes. Anteayer, el Congreso eligió por mayoría al quinto ocupante de la Casa Rosada al senador peronista y ex gobernador de la provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde, un abogado laborista de 60 años, conocido como El Cabezón. ¿Hará bueno Duhalde el viejo dicho de que "no hay quinto malo"? Por el bien de la República y de sus sufridos ciudadanos, por la estabilidad del sistema financiero internacional y por la seguridad de los inversores extranjeros, esperemos que así sea.
Duhalde ha iniciado su andadura con buen pie. En contraste con la histriónica actuación de su antecesor, Adolfo Rodríguez Saá, Duhalde hizo un diagnóstico perfecto de los males del país. "Argentina está quebrada, fundida; no tiene un peso y el déficit de 2001 ha sido de 9.000 millones de dólares". Todo el mundo concuerda con ese diagnóstico. Hace falta ver si el mismo acuerdo se produce con las recetas que el nuevo presidente pretende aplicar. De momento, cuenta con el apoyo de casi toda la clase política, incluidos los radicales y la mitad del Frepaso, así como de la práctica unanimidad del justicialismo, a cambio de su promesa de no concurrir a las elecciones presidenciales de 2003. La excepción peronista la constituye el ex presidente Carlos Menem, cuya ausencia en la toma de posesión de Duhalde resultó clamorosa. Duhalde, vicepresidente en el primer mandato de Menem, considera a su antiguo jefe "un traidor irrecuperable" por no haber apoyado su candidatura presidencial en 1999, cuando perdió ante Fernando de la Rúa.
El plan económico del nuevo Gobierno, que se pretende de unidad nacional, es esperado con ansiedad. Las primeras declaraciones de Duhalde no son especialmente alentadoras. El nuevo presidente declaró que el modelo económico establecido en 1991 con la paridad peso-dólar estaba "agotado". Un modelo que sirvió para contener una hiper-inflación del 2.500% anual y para restablecer el crédito internacional de Argentina. Lo que falló fue la voluntad política de devaluar cuando lo hizo Brasil y de reducir el déficit y la deuda con los ingresos por la venta de las empresas públicas. El resultado ha sido una deuda pública de 132.000 millones de dólares, que ha provocado la mayor suspensión de pagos de la historia.
Me decía una vez el general Perón, a quien conocí durante su largo exilio en España en mi capacidad de director de United Press, que, "para prosperar, Argentina necesita encontrarse en la periferia de una guerra mundial (las exportaciones de granos, carne y materias primas a los combatientes se disparan entonces)". Pero, como esa premisa milagrera, afortunadamente, no se va a producir, Argentina deberá salvarse a sí misma y, por una vez, hacer los deberes. Si Duhalde no lo consigue por incapacidad o por zancadillas interesadas, habrá que dar la razón a Elisa Carrió, de Alternativa para una República de Iguales (ARI) y uno de los pocos votos en contra de la investidura del nuevo Presidente, que pedía "la dimisión de toda la clase política para refundar la República, desde una nueva Asamblea Constituyente".