<i>Sin novedad</i>
El Gobierno no está adoptando medidas que anticipen lo que se viene encima. Para Carlos Solchaga, las decisiones económicas y sociales deben tomarse en un marco más restrictivo.
Romanones decía que en España hay dos tipos de ministros de Agricultura: los buenos y los malos. Los buenos eran aquellos a los que les tocaban años de lluvia y los malos aquellos a los que le correspondían años de sequía. En este mundo globalizado a los ministros de Economía les empieza a pasar lo mismo. Son buenos aquellos cuya gestión se lleva a cabo en años de crecimiento económico internacional, y malos, los que pillan una recesión mundial seria durante su mandato.
No hace falta que diga que, habiendo sido ministro del ramo yo no suscribo esa conclusión tan simplista. Un ministro puede introducir reformas institucionales profundas que mejoren la eficiencia del sistema económico y consigan una asignación de los recursos mejor o que flexibilicen el funcionamiento del mercado y de la Administración haciendo la economía más competitiva. Este tipo de medidas harán que se aprovechen más profundamente los buenos tiempos de auge económico internacional y se capeen con menos daños los tiempos duros de la recesión económica.
Sin embargo, y tal vez por mi propia experiencia, me aproximo más a esta conclusión un tanto cínica del juicio que merecen los ministros de Economía cuando se trata de juzgar su capacidad para manejar macroeconómicamente una situación cíclica con los instrumentos de que disponen; particularmente cuando, como en caso de los países del área del euro, han tenido que ceder el manejo de la política monetaria y cambiaria. Entonces sus posibilidades de escapar indemnes a una recesión económica internacional son extremadamente limitadas. (Por cierto, que ese margen de maniobra tampoco es mucho mayor si disponen de política monetaria en un mundo con libertad de movimiento de capital.)
Reconocer este estado de cosas no debería llevar a la resignación o a la apatía sino a la instrumentación de medidas que anticipen algunos de los efectos derivados de la globalización económica y permitan a los agentes económicos y sociales formar unas expectativas correctas de lo que se viene encima y de algunas de sus consecuencias. Este Gobierno no lo está haciendo y, lo que es peor, no lo está haciendo con el beneplácito de una gran parte de la sociedad y de los citados agentes económicos y sociales que, como él mismo, prefieren creer que la recesión mundial que se ha puesto en marcha y la inestabilidad política internacional que la acompaña y que se profundizará como consecuencia de la misma sólo nos va a afectar tangencialmente.
Sólo de ese modo puede entenderse el mensaje de continuidad que envían los Presupuestos para el año 2002 que ahora se están discutiendo en el Parlamento o las trivialidades con las que se despachan las revisiones a la baja del crecimiento europeo y mundial y su impacto sobre el cuadro macroeconómico oficial o las tendencias negativas cada vez más palpables de la evolución del empleo y del paro registrado.
No es que yo esté proponiendo una política fiscal expansiva de carácter anticíclico. Personalmente, soy bastante escéptico sobre las posibilidades de instrumentarla adecuadamente y de obtener grandes resultados con este instrumento. Lo que creo que es necesario es anticipar con mayor nitidez en el próximo Presupuesto los enormes efectos sobre los ingresos derivados del funcionamiento de los estabilizadores automáticos y proponer a la ciudadanía la alternativa de si deben ser financiados con cargo a déficit o deben ir acompañados de reformas estructurales que amortigüen su impacto sobre el equilibrio fiscal a medio plazo. De lo que soy partidario es de contribuir desde la posición del Gobierno a cambiar el chip de empresas y familias advirtiendo que los tiempos han cambiado y las decisiones económicas y sociales deben tomarse en un marco mucho más restrictivo que cuando la abundancia de riqueza propia del auge permitía albergar la ilusión de que había dinero para todo. Cuanto más tarde la sociedad española en percibir el cambio que representa el aumento actual de la incertidumbre sobre la economía, más dura y más frustrante será la caída.