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LA ATALAYA

<i>Esta vez no habrá Munich</i>

A su regreso de Munich, donde se había reunido con Hitler, Mussolini y Daladier, el primer ministro británico, Neville Chamberlain, pronunció una de las frases menos proféticas de la historia política: "Hemos conseguido una paz con honor". Churchill, mejor conocedor de la perversidad del nazismo, le contestó: "Tendréis guerra y deshonor". Un año después, los panzer alemanes entraban en Polonia y daba comienzo la II Guerra Mundial. Esta vez, el mundo civilizado ha decidido que no habrá un nuevo Munich y se ha movilizado contra la mayor amenaza a la convivencia internacional que en el siglo XXI es el extremismo fundamentalista islámico. No se trata de una guerra entre civilizaciones, sino de un choque entre la intransigencia y la tolerancia, entre la democracia y la tiranía religiosa, entre la democracia y la ausencia de ella. En fin, entre los que creen en la libertad individual y los que la niegan aplicando su particular visión teocrática de la sociedad.

A los Bin Laden y a los regímenes que los amparan les ha salido el tiro por la culata. Pensaban que, al golpear al representante de esas libertades en el mundo, -EE UU-, iban a provocar, primero, una reacción fulminante y desproporcionada por parte de la mayor potencia militar de la historia y, segundo, un encogimiento de hombros por parte del resto del mundo que, tras las oficiales muestras de condolencia, pensarían que, al fin y al cabo, era un problema estadounidense. Ya se sabe, "estos americanos se lo han ganado por su política hipócrita y de doble rasero ante los problemas mundiales". Tesis, por otra parte, todavía alentada por cierto sector enfermizo de una izquierda europea, cuyo anti-americanismo visceral ni siquiera Freud sería capaz de explicar. Sin embargo, los estrategas del terror y sus acólitos han errado de forma monumental. EE UU, con un presidente despreciado por la llamada intelectualidad, ha dado muestras de una moderación y altura de miras admirables. Ha calibrado la naturaleza del enemigo y ha tejido una coalición internacional, bajo el paraguas de la ONU, que permitirá a Washington y a sus aliados atacar los focos de terror hasta su eliminación. Como dijo Bush ante el Congreso, "elegiremos cuándo y dónde se producirá el ataque". El resto del mundo se ha dado cuenta de que esos atentados suponen una amenaza global, y no sólo a EE UU. Blair lo expresó claramente el martes. "Es una lucha por la justicia, la libertad y la democracia en el mundo", dijo, tras recordar que "algunas de las reacciones del 11 de septiembre delatan un odio a EE UU que son una vergüenza para quienes las manifestaron".

El mundo se ha unido en la lucha contra el fanatismo integrista, que no sólo asesina y atenta contra EE UU, sino que es el mismo que asesinó al primer ministro libanés, Bachir Gemayel, y al presidente egipcio Anuar el Sadat, a los atletas judíos en Alemania, y el que esta misma semana ha causado una matanza de civiles en Cachemira y casi otra en Jerusalén. Es evidente que cuando se tiene enfrente no sólo a Washington, sino al Consejo de Seguridad de la ONU, a la Alianza Atlántica, a la UE, a la Organización de Estados Americanos y a Rusia, China, Japón e India no es difícil intuir de qué parte está la razón y de qué lado caerá la victoria final.

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