Cuestión de sólo tres valores
Desde octubre último las Bolsas del mundo han dejado muy claro que tanto los impulsos negociadores como los diferentes procesos de formación de los precios de las acciones cotizadas se fundamentan más en los resultados empresariales y sus expectativas de futuro que en la evolución y tendencia de los tipos de interés.
Por eso los recortes decididos en los primeros compases del año por la Reserva Federal de Estados Unidos no han tenido el efecto balsámico, seductor, de antaño. Por eso los mercados efectúan cabriolas de altura cuando esta o aquella empresa cotizada anuncia resultados que se ajustan al guión, a lo advertido antes, o, en su defecto, supera las expectativas de los analistas.
En las Bolsas europeas, esta situación se vive con entusiasmo y poco volumen de negocio, porque la capacidad de contagio del Nasdaq no tiene límites. Son muchos los inversores, operadores, analistas y observadores en general los que buscan con ahínco la capacidad de soporte a la baja del mercado tecnológico estadounidense para tomar posiciones, al considerar que de ello depende la evolución inmediata del resto de las Bolsas del mundo.
La Bolsa española no es la excepción. Evoluciona al ritmo de sus homólogas en un movimiento caracterizado por la ausencia de presiones vendedoras más que por el protagonismo de las órdenes de compra.
La situación de nuestro mercado es, en este sentido, más tremendista que en el resto, porque el grupo Telefónica y los dos grandes bancos acaparan la mayor parte de la ponderación del Ibex y, por derivación, el volumen de negociación más alto inducido por operaciones con derivados o, simplemente, como respuesta a comportamientos puramente especulativos.
La Bolsa española era hace unos meses cuestión de media docena de valores. Ahora, sólo de tres.