La bajada de impuestos de Bush gana adeptos por temor a una recesión
El panorama económico de EE UU ha registrado dos cambios importantes desde que terminaron las polémicas elecciones presidenciales: las señales de desaceleración del ritmo de crecimiento se han intensificado y la previsión de superávit fiscal ha sido revisada al alza. El banquero central Alan Greenspan tomó la delantera al presidente electo George Bush al bajar los tipos de interés antes de que el republicano jure el cargo. Pero un número creciente de economistas dicen que el país necesitará combinar la relajación monetaria con una bajada de impuestos sustancial para evitar una recesión. Y los demócratas se muestran cada vez más dialogantes en este punto.
La súbita bajada de tipos de interés dictada por la Reserva Federal el 3 de enero pilló por sorpresa a George Bush, que estaba defendiendo su plan agenda económica ante ejecutivos como Jack Welch (General Electric), Philip Condit (Boeing) y John Chambers (Cisco Systems).
Cuando se supo la noticia, los empresarios brindaron (con agua) a la salud del banquero Alan Greenspa. Bush saludó la decisión, violando así la norma no escrita según la cual no debe pronunciarse sobre las decisiones de la Reserva Federal, y prometió que "tan pronto como jure el cargo, yo también daré otro paso decidido, pidiendo al Congreso que apruebe la bajada de impuestos".
Debate
Al bajar los tipos antes de que Bush asuma el cargo, Greenspan tomó la delantera en la carrera por poner soluciones a la brusca desaceleración de la economía estadounidense. Además, reavivó el debate sobre si la mejor fórmula para evitar la recesión es bajar impuestos o abaratar el dinero.
El nuevo presidente asegura que habrá que combinar ambas. Y numerosos economistas empiezan a darle la razón. "La bajada de tipos no reduce la necesidad de recortar impuestos", señala James Ahiakpor, de la Universidad Estatal de California. "Una bajada de impuestos no es en realidad para estimular la economía a corto plazo, sino para reasignar el control sobre el gasto", añade. Y "a largo plazo, mientras más bajos sean los impuestos mayor es el ritmo de crecimiento porque el sector privado es más eficiente en sus inversiones que los burócratas del Gobierno".
Gene Aldridge, presidente del Instituto de Investigación Independiente de Nuevo México, cree que "la bajada de tipos es excelente porque los sectores manufacturero y de venta minorista están en declive". Pero opina que la mejor fórmula para lograr "un aterrizaje suave es combinarla con la bajada de impuestos de Bush".
El presidente electo propuso durante la campaña una bajada de impuestos de 1,3 billones de dólares en 10 años, aplicable a partir del 2002. Ahora pretende hacerla retroactiva desde el 1 de enero del 2001, para que tenga un efecto más inmediato en los bolsillos de los consumidores. Y el Centro para Prioridades y Políticas Presupuestarias calcula que su coste real será de 1,6 billones de dólares.
Giro de los demócratas
Los congresistas demócratas denostaron la propuesta durante meses, aduciendo que amenaza el equilibrio fiscal y que las prioridades deben ser liquidar la deuda nacional y recapitalizar la Seguridad Social.
Sin embargo, la previsión de superávit presupuestario a diez años acaba de ser revisada al alza (de 4,6 a 6 billones de dólares), los signos de desaceleración económica son cada vez más pronunciados, y los demócratas (que sueñan con ganar una mayoría de escaños en el Congreso en el 2002) se muestran hoy mucho más abiertos al diálogo en este asunto.
Richard Gephardt, líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, dijo hace unos días que "podemos alcanzar un acuerdo en el que todos ganemos" y que la bajada de impuestos "podría ser mayor (a los 300.000 millones de dólares propuestos por su partido durante la campaña), porque hay preocupación y amenaza de recesión".
Un estudio del IESE afirma que añade valor a las compañías
Un programa de Gobierno con muchas ideas controvertidas
Mal momento para privatizar las pensiones
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George Bush está decidido a marcar distancias con las políticas de Bill Clinton en muchos de los aspectos claves. Y algunos resultarán bastante controvertidos:
Seguridad Social. Bush quiere semiprivatizar el mecanismo de pensiones públicas, creando cuentas individuales con las cuales los trabajadores podrán invertir en los mercados parte de sus cotizaciones sociales. Algo visto con gran recelo por los sindicatos. Además, el reciente desplome de las Bolsas no hace aconsejable retomar el debate en estos momentos.
Deuda pública. El plan de Clinton para eliminar completamente la deuda pública nacional (visto con buenos ojos por Greenspan) seguramente quedará aparcado, o al menos mermado, bajo el mandato de Bush.
Energía. El republicano, que hace años trabajó como empresario petrolero, ha prometido reforzar la ofensiva diplomática frente a la OPEP y promover las extracciones de crudo dentro del país (incluso en las reservas naturales de Alaska) para reducir la dependencia energética del exterior.
Educación. Entre sus propuestas está la entrega de subvenciones para enviar a los niños a colegios privados y el cierre de los centros públicos que no obtengan un nivel mínimo de resultados con sus estudiantes.
Sanidad. El mayor reto será garantizar la supervivencia del programa de sanidad para jubilados (Medicare). Ha prometido subvenciones a los pensionistas para el pago de medicamentos y defiende una Ley de Protección del Paciente más modesta que la que propuso Clinton.
Comercio. Quiere potenciar el plan para crear una zona de libre comercio que cubra toda América. Se espera que defienda con ahínco los intereses de empresas estadounidenses (plataneras, Boeing, etc) frente a cualquier "competencia desleal" del exterior. Los grupos conservadores le presionarán para que 'castigue' a China por motivos ideológicos, pero las empresas que financiaron su campaña le reclamarán que mantenga buenos lazos con este gigantesco mercado.
Defensa. Apoyo decidido a la creación de un sistema de defensa antimisiles que es rechazado de plano por países como Rusia y China.
Iberoamérica, el sureste asiático y los productores de crudo vigilan con atención
Los pasos dados por Estados Unidos para eludir un aterrizaje económico demasiado brusco son vigilados de cerca por los países y regiones que más dependen de sus ventas a este país.
EE UU absorbe un 80% de las exportaciones de México y un 20% de las de Asia (un frenazo en su nivel de demanda dañaría especialmente a países como Singapur, Corea del Sur y China). Japón depende menos de las exportaciones a EE UU, pero su economía está tan debilitada que cualquier tropezón de este país se hará notar con fuerza en las finanzas niponas.
Una recesión no sólo recortaría la demanda de productos y servicios, sino también la de materias primas como el petróleo. Es decir, que puede presionar a la baja el precio del barril de crudo, dañando a productores como Rusia, México, Venezuela, Colombia y Ecuador (a cambio se beneficiarían los países importadores de petróleo, incluídos los de la Zona Euro).
La peor amenaza global no es, sin embargo, el declive en el nivel de demanda de los ciudadanos y empresas estadounidenses. Lo que más preocupa a los responsables económicos mundiales es que un desplome económico en Estados Unidos mine la confianza de los inversores y provoque una ola de adversión al riesgo similar a la de 1998. Si esto ocurre, Iberoamérica y el resto de los mercados emergentes pueden sufrir una fuga masiva de capitales.
O'Neil, Lindsey y Greenspan, el triunvirato económico
Los tres deberán cooperar estrechamente
El Gobierno Bush y la Reserva Federal deberán coordinar con cuidado sus políticas de reactivación económica. Y los tres personajes que serán claves en este proceso son el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, el asesor económico presidencial Lawrence Lindsey y el banquero central Alan Greenspan.
O'Neill, que era presidente del fabricante de aluminio Alcoa, trabajó durante tres lustros en puestos del Gobierno federal pero de eso hace ya más de 20 años. El nuevo secretario del Tesoro tendrá que compartir el protagonismo en materia económica con el asesor presidencial Lawrence Lindsey, un discípulo del economista Martin Feldstein en la Universidad de Harvard que apoya las políticas económicas de la era Reagan. La principal: estimular la economía bajando impuestos.
Greenspan, que es viejo amigo de O'Neill y tuvo hace años a Lindsey como miembro del equipo de gobernadores de la Reserva Federal, siempre ha defendido que el superávit se destine a reducir deuda. Pero prefiere que se bajen impuestos en lugar a que se aumente el gasto público. Y esta es la baza que jugará el equipo Bush para pedir su bendición.