<I>Honores y pagas</I>
Miguel Ángel Aguilar plantea la duda sobre quién se dedicará a la investigación o a la milicia si se excluyen las retribuciones en forma de consideración social y satisfacción por el trabajo bien hecho y se limitan sólo a lo dinerario.
La última celebración de la Pascua Militar ha servido para comprobar, más allá de los discursos convenidos, con la frialdad de los datos indiscutibles, que el pensamiento único sigue expandiéndose. Venía a la memoria el discurso de las armas y las letras donde don Quijote pondera cómo la caballería andante es arte y ejercicio que excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está sujeto. Rechaza el Caballero de la Triste Figura la idea de que las armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero... así con el espíritu como con el cuerpo. Después añade que aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin y dice que ninguno hay tan generoso y alto y digno de grande alabanza como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida.
Pero deteniendo toda esta exaltación en seco nos abruma el pensamiento único y pareciera que una de sus derivadas fuera la de limitar la retribución al metálico y a las gabelas adyacentes, ideadas para mejor sortear las imposiciones fiscales y llevar al beneficiario a la optimización fiscal como nos tiene enseñados alguno de los más destacados ministros de Aznar.
Pero si se excluyen otras retribuciones en forma de aprecio y consideración social, de satisfacción por el trabajo bien hecho, de reconocimiento ciudadano, de honores rendidos, si el único circuito en el que todo ha de medirse es el dinerario, ¿quién se dedicará a la investigación, a la literatura o a la milicia?
Volvamos la vista hacia aquel momento de la exaltación de Mario Conde como modelo que nos llevó de la mano a la cultura del pelotazo, unida a la denigración del socialismo de las corrupciones, pero ahora aquellos pelotazos y aquellos cafelitos del conseguidor Juan Guerra resultan insignificantes, cantité negligeable que dirían los franceses, en comparación con las opíparas concesiones que el Gobierno Aznar dispensa a los mejor preparados que, mire usted por dónde, coinciden con los afines asimilables.
Avanzan los liberales de Cristóbal Montoro al grito de cuanto menos Estado, mejor, y su griterío ensordecedor les impide aprender de los errores adelantados en otros países, ya sea del desastre de la privatización de los ferrocarriles británicos o de la electricidad en California.
Pero conviene estar atentos porque, pese a todo, como escribía un buen amigo periodista, a veces salta un español de primera y puede perderse en el barullo y en el ruido de la confusión y de la cacofonía. A la preceptiva distinción de las voces y los ecos, tan recomendada por Juan de Mairena, deberíamos atenernos siempre y por ahí nos encontraríamos con el profesor Ángel Martínez González-Tablas esclareciendo las diferencias entre la globalización como fenómeno y como ideología o con el profesor David Anisi previniéndonos frente a los partidarios del Estado liberal, que tratan en nuestros días de imponer su visión de que los derechos, excepto los mínimos asistenciales, se derivan en exclusiva de la propiedad. Insiste Anisi en su libro Creadores de escasez (Alianza Editorial) en que, por el contrario, en el Estado del bienestar el trabajo útil sostiene un conjunto de derechos que no se basan en la propiedad y, añade, en que la esfera de lo valorativo, que determina buena parte de lo jerárquico legislativo, concede al trabajo ese status, que es lo que queríamos demostrar, como se decía en los libros de la matemática elemental del Bachillerato.
Si todo lo anterior se evapora y si además se ofrecen retribuciones inferiores a las de otras profesiones, a nadie le pueden extrañar las actuales dificultades para cubrir las plazas que se ofrecen en los ejércitos. Alguna vez habrá que abrir un debate para considerar en manos de quién vamos a depositar las armas para nuestra defensa y evaluar las consecuencias. Porque tanta improvisación, tanto electoralismo y tanta insolvencia en una materia como ésta de la Defensa nacional y las Fuerzas Armadas pueden acabar generando las consecuencias más indeseables.