<I>La economía de mercado en el mercado de la economía</I>
Joaquín Trigo subraya que la vitalidad de las sociedades abiertas y sus instituciones requiere libertad de discusión y exigencias de rigor, tanto a los que proponen alternativas como a los críticos de esas propuestas.
Defender el mercado en el siglo XXI puede parecer innecesario. Sin embargo, lo es tanto como defender la libertad, pues ambos, además de su vínculo, están bajo amenaza constante de quienes creen que pueden obtener sus fines por medio del poder en lugar de contribuir a satisfacer necesidades ajenas.
La aceptación general del mercado deriva de los resultados que permite, superiores a los de cualquier otro sistema alternativo. Sus méritos fueron enaltecidos en el Manifiesto Comunista de 1948, y desde entonces han sido ratificados en la confrontación con otros sistemas productivos.
Las deficiencias del mercado, como las deficiencias de cualquier otra institución humana, son detectables y conocidas.
Las externalidades negativas asociadas a la ausencia de derechos de propiedad precisos, la tentación de abuso de posición dominante y los efectos de la asimetría informativa son lugares comunes que instan al uso de la regulación como elemento preventivo y correctivo, si bien, en muchos casos, sin tener debidamente en cuenta los fallos de la acción gubernamental que aspira a minimizarlos o compensarlos.
El impulso de una institución que funciona se hace desde muchos frentes. Tanto es así que incluso sectores solventes de la izquierda reclaman del mercado tratando de separarlo del capitalismo. Sin embargo, la incomprensión del papel que juega en la asignación de recursos y en el fomento de la creatividad empresarial es poco conocida.
También se infravalora la importancia de una normativa de aceptación general que aporte las reglas del juego, sin la que el mercado es imposible, pues sólo florece en el Estado de Derecho y no en el de naturaleza o en el de la arbitrariedad tiránica.
Por eso la eliminación de restricciones a la entrada en actividades económicas y la labor del Tribunal de Defensa de la Competencia y los distintos cuerpos reguladores que tratan de facilitar la variedad en la oferta y la lealtad competitiva son tareas continuas que deben facilitar la adaptación a las condiciones siempre cambiantes de la realidad económica.
Del mismo modo en que la hipocresía es el homenaje del vicio a la virtud, quien pretende defender o conseguir un privilegio hoy debe apelar a su aportación a la competencia o el bienestar de los consumidores, lo que obliga a equilibrios polémicos difíciles de mantener.
En la discusión de las ventajas e inconvenientes de mantener privilegios o crearlos es deseable la misma lealtad competitiva que debe regir en el mercado, con exclusión de excesos retóricos, asimilables en el terreno polémico al abuso de posiciones de dominio en el mercado, pues el grado de implicación y la fuerza del interés de los afectados negativamente les da un poder y presencia superior al de quienes defienden intereses generales que por definición están dispersos y desorganizados.
De ahí los intentos de linchamiento moral y las descalificaciones genéricas que suelen sufrir las personas e instituciones que buscan intereses abstractos y generales.
El desconocimiento y el interés suelen unirse en actividades dignas de causa mejor que la expulsión de las ideas del ámbito de la legitimidad. Las ideas tienen consecuencias, y por eso se las descalifica.
Así, en un caso concreto, el Círculo de Empresarios, que agrupa empresarios individuales de distintos planteamientos personales e implicados en diferentes sectores de actividad y planteamientos, lleva años aportando análisis y opinión con un rigor que sólo ha merecido aplauso, súbitamente fue estigmatizado por una imputación falaz que los críticos ni siquiera intentaron comprobar.
Tras la campaña surgieron defensores de la entidad y su obra que mostraron una dignidad y rigor impecables, pero el daño quedó hecho.
En el mundo académico, la escuela de pensamiento austriaca, que explica el proceso de mercado mejor que otros enfoques, ha sido orillada por la corriente neoclásica dominante, al punto que la mayor parte de los economistas obtienen su titulación sin ni siquiera haber oído hablar de ella.
Hoy en día sus análisis vuelven a ganar predicamento, pero generaciones de estudiantes fueron privados de una opción útil.
La vitalidad de las sociedades abiertas y sus instituciones requiere libertad de discusión y exigencias de rigor, tanto a los proponentes de alternativas como a los críticos.
La solidez de cada propuesta conviene que pase por el cedazo de la discusión abierta en una polémica continua y leal en la que compitan ideas y escuelas sin exclusiones previas.