Tres días en la Ribera del Duero
La comarca, con 300 bodegas, invita a catar un vino recio entre cuevas clásicas o ultramodernas y de diseño
Anímense a programar una visita a la Ribera del Duero. Pasada ya la vendimia, tiene otro encanto. Da igual la ruta elegida. Cuando uno pisa la zona se da cuenta de que el vino es la savia de la mayoría de sus pueblos y termina por contagiarse del ansia por conocer más sobre su universo o sencillamente degustarlo.
Es cierto que los caldos de este ya considerado santuario son recios, puede que algo ásperos, pero también refinados, singulares y llenos de matices que duran en la boca. Quizá por estas cualidades nunca pasan inadvertidos.
Portia, Arzuaga, Matarromera, Protos y Vega Sicilia son solo algunas de las casi 300 bodegas integradas en esta denominación de origen (DO), en pleno boom desde hace años, pero es incalculable el número de cavas anónimas que existen haciendo vino como antaño.
Hay donde elegir: en esta zona conviven las bodegas vanguardistas con las tradicionales, del siglo XV
Muchos pueblos pequeños, como Gumiel de Izán, están llenos de bodegas subterráneas, más tradicionales, que conviven con las grandes, más vanguardistas. Acudir a ambas es indispensable para asimilar la tradición vinícola de la zona.
Dicen que es casi imposible visitar esta DO y no achisparse, y es que en Ribera del Duero es difícil que “te la den con queso”, triquiñuela usada tradicionalmente por viticultores para vender vino peleón oculto tras el fuerte sabor del queso.
Es una experiencia visitar el complejo enológico El Lagar de Isilla, en La Vid (cerca de Aranda de Duero), que tuvo su origen en una cava histórica del siglo XV bajo un restaurante en Aranda del Duero. Fue construido sobre una finca colonial de finales del XIX.
La bodega, el restaurante –sencillo pero con una amplia carta– y, sobre todo, la decoración del hotel no deja indiferente. Barricas convertidas en lavabos o mesillas de noche le dan al establecimiento un aire setentero. Un maridaje de sus riberas con platos como el canelón de rabo de toro o el bombón de morcilla con piñones es obligado.
Frente a ella, en Portia (Gumiel de Izán, Burgos) todo es majestuoso. Como si el dios Baco viviera allí. Al avistar el edificio, diseñado por el reputado Norman Foster, se entiende que se trata de una de las grandes (Grupo Faustino). Una estrella, semisepultada, cargada de hormigón, madera, acero y vidrio, pensada ex profeso para el desarrollo del turismo enológico.
La visita guiada, correcta, sin aspavientos, quizá algo fría, permite conocer todo el proceso del vino. Los conos metálicos, que alojan el caldo para la fermentación; la sala de barricas, donde predomina el rojo, y los botelleros, como colmenas, colmados de diseño, son las entrañas de esta cava.
Entre las más tradicionales, es una parada obligatoria Renalterra (Gumiel de Izán). Supone trasladarse al siglo XV. Al pie de la iglesia de Santa María, en esta pequeña cava subterránea, hasta la dueña ejerce de anfitriona y sumiller, pues sus vinos nada tienen que envidiar a los de las grandes.
Restaurada para la crianza de vinos, es solo una más de las más de 200 cavas que existen en este pueblo bajo las casas. La visita merece la pena por la gruta, el vino y por la forma que tiene la dueña, Lourdes, de explicar lo que hay que saber al hacer una cata.
Además del vino, Arzuaga Navarro (en Valladolid) ha montado toda una cultura en torno a la naturaleza y al turismo de bienestar. Como añadido a las visitas a la bodega, la estancia en el hotel spa Arzuaga, entre los viñedos, es un oasis para los sentidos.
Todo tipo de tratamientos relacionados con el vino y el agua, habitaciones cargadas de diseño (decoradas por Amaya Arzuaga) y la cocina, a la que no se le puede pedir más en trato y en calidad. El jabalí pequeño asado es solo uno de sus platos estrellas.
El grupo Matarromera, además de hacer vino, elabora aceite de oliva, vino sin alcohol, cosméticos o licores y desarrolla una gran actividad enológica en sus siete bodegas. Patear los viñedos situados en la milla de oro de la Ribera del Duero (Valbuena), catas a ciegas, cosmeticatas (maridaje de cosméticos) y viajes en globo son parte de la oferta del grupo, que también tiene un hotel rural (Emina) y un restaurante (La Espadaña).
Claves
Castillos y monasterios. El castillo de Peñafiel, el coso y el Monasterio de Santa María de la Vid son solo algunos de los atractivos culturales que complementan una escapada a la comarca, que este año ha contado, además, con la exposición Las Edades del Hombre, en Aranda de Duero.
Entre ciervos y jabalíes. En Arzuaga también es muy recomendable hacer una visita a la finca La Planta y a la reserva de fauna salvaje donde habitan ciervos y jabalíes. El paseo entre encinas, muy agradable, permite ver los animales muy de cerca.